2009/09/28

Llegó el cambio de año

De nuevo pasó el cumpleaños. Empieza un "curso", un año más. Llega el momento de plantearse los objetivos que deseo cumplir. Aún no hice la lista este año, aún tengo que pensar, tengo que centrarme un poquito.
De momento saborearé unos días aún los buenos momentos de este fin de semana de celebraciones, las felicitaciones, las sorpresas, los abrazos y las risas. Paladearé esos ratitos en compañía de mis tesoros, ese ratito que me han regalado, para felicitarme, ya fuera en persona, en papel, por teléfono, msn, sms o como fuera, en persona o a miles de kilómetros de distancia, en castellano, català, inglés o alemán. Los que no pudieron venir también estuvieron muy presentes.
En el viaje de regreso leía las dedicatorias que me pusieron en la libreta de "ideas" y sonreí como una tonta. Me hicieron feliz.
Pero, sin duda, la felicitación que más me tocó la fibra fue la que me hizo alguien que lucha por ganarle la partida a esa enfermedad cruel que la consume: "No pierdas ni un solo minuto en no ser feliz".
Pretendo intentarlo, al menos y compartir grandísimos minutos con aquéllos que quiero y no perder un sólo instante con quien no se lo merezca. Como primer objetivo del curso no esta mal, verdad?
Palabra de Gata.
Ahí os dejo una de esas escenas para el recuerdo.


2009/09/14

Hoy lloran todas las Baby del mundo

Corría el otoño del 88, todo el mundo me llamaba Margui sin que a mi se me pasara por la cabeza la idea de protestar.
Eso fue antes de la caída del Muro, de las Olimpiadas del 92, cuando quería ser broker y pensaba que existían los príncipes azules.
Ese año me regalaron la película de Dirty Dancing por mi cumpleaños.

Tenía doce años y me impactó, por el baile, por la historia, por los protagonistas, por todo.
Me impactó tanto, supongo que por la edad, que me pasé un año mirándola cada día, para fastidio de la familia. Aún hoy recuerdo los diálogos, conseguí que mi hermano me trajera un disco de EEUU de la gira de conciertos con los artistas de la banda sonora, bailé una y otra vez los bailes, y sí, como muchas de las chicas-niñas que éramos en aquella época, conseguí que un "caballero" accediera a hacer "el salto".
Y con Johnny descubrí a los "malotes" de cine, ésos duros, ésos distintos, esos que pueden pelearse y pegarse unos bailes, ésos que llevan pintas o un traje con el mismo estilazo, ésos que, por algo son los “de cine”, se quedaban con la chica en vez de ir de flor en flor.
También miré una y otra vez, con muchísima vergüenza, la escena de amor, el baile tórrido en la habitación de Johnny. Soñé con esa escena, al igual que suspiré por, algún día bailar así, con alguien así.

Pasaron los años y dejé aparcada mi obsesión, aunque siempre le he tenido especial cariño a esa película y a todo lo relacionado con ella, especialmente a los protagonistas.

Y es que Patrick fue, sin duda, el primer malote de película por el que suspiré, por sus pintas chulescas, por lo bien que bailaba, por su mirada dulce. Así que seguí su carrera cinematográfica y volví a suspirar por el en “Le llamaban Bodhi”, entre olas, y “en Ghost”, con las manos enfangadas abrazando a Demmy Moore, o siendo un heroico médico en la India de "La ciudad de la alegría". Lo vi bailar con su mujer en una de sus últimas películas.
Aunque, sin duda, para mí siempre será ese bailarín vestido de negro que seducía a todas y enseñaba a bailar a Baby, que cuidaba a su amiga y que se acababa enamorando de la niña patosa.

Hoy Patrick dejó de bailar, de actuar, de cantar.
Hoy Johnny dejó Kellerman’s, Bodhi fue a por esa gran ola y Sam se fue finalmente con los espíritus.

Os dejo esta canción, escrita e interpretada por él, que formaba parte de la banda sonora de Dirty Dancing.
Descanse en paz Mr Swayze. Gracias por habernos hecho soñar a tantas con malotes vestidos de negro en vez de con cursis príncipes azules.

2009/09/03

Arrivals

Por más que en mi vida cada vez sea más habitual, no me acostumbro.
¿A qué?
No me acostumbro a llegar a un aeropuerto, a una estación de tren o de autobús y que no haya nadie esperándome. Recoger la maleta y salir por las puertas que separan la zona de seguridad de la zona de llegadas sabiendo que no hay ninguna cara conocida al otro lado, que va a tocar ir a por un transporte, el que sea, sola, cargada, cansada, sabiendo, o no, la dirección exacta a la que toca ir a por el tren, taxi o metro de turno.
Quizás en un aeropuerto, en que hay más gente esperando, sea donde más duro me resulta.
Se abren las puertas y aparecen montones de personas tras una barrera, expectantes. Algunos te miran una centésima de segundo hasta ver que no eres la persona que esperan.
Antes miraba como si fuera a encontrar una cara conocida. Últimamente, ya no.
Sólo salgo, con paso ligero y me alejo del campo de visión de esas personas que siguen a la espera, mientras busco las señales o voy directa hacia donde sea.
Pero aún así, no me acostumbro.
Recuerdo cuando de pequeña íbamos a buscar a mi tía al aeropuerto cuando venía de Alemania. Íbamos toda la familia (ahora me pregunto cómo cabíamos en el coche) y era "el acontecimiento" del año, al menos para mí, que me moría por estar en la terraza exterior viendo despegar y aterrizar aviones bajo un ruido ensordecedor.
Supongo que los tiempos cambian, que los transportes de larga distancia son sólo parte de nuestra cotidianidad y, como tantas cosas, a día de hoy, no se merecen más atención.
Aún así, no me acostumbro, aunque las lleve mejor que las despedidas, eso sí.

Dejo un enlace de una escena de Love Actually que veo a menudo, concretamente cada vez que esa rutina escuece (no cuelgo la escena porque no me lo permite).