2011/12/25

Los caballeros del sur y otros pequeños detalles

Lo reconozco, las sobredosis de películas romanticonas quizás han afectado mi percepción del mundo pero me he cansado de sufrir portazos en las narices y que me hayan dejado casi matarme bajando una maleta de un tren.
Lo sé, en el fondo soy una clásica.
El otro día volvía a casa por Navidad en AVE con la gigantesca-maleta-navideña y dos portátiles. Cualquiera que haya subido a un AVE sabe que los dos escaloncitos son bastante altos y parecen infranqueables si se va demasiado cargado.
Ese era mi caso. Subir los dos maletines fue sencillo pero, la maleta...pensaba que me dejaba la espalda. Fueron testigos de mi gloriosa subida al tren un chico desde el andén y una pareja desde arriba. Fallé el primer intento. Ni el chico del andén ni el de la pareja se movieron ni abrieron la boca. La chica dijo un tímido “te ayudo” mientras lo intentaba de nuevo y conseguía subir la maleta.
Al bajar del tren me pasó más o menos lo mismo, con el agravante de que el espacio entre el tren y el andén era mayor. Casi podía oír la música de circo, titi, tiririrititiri, titi,tiririrititiri, tit, tiririri, tit, tiririri,tiririririririri, tiririri.
Pero no me premiaron con aplausos cuando conseguí bajas todo mi equipaje sin tirarme a la vía. Esta vez un grupo de cuatro chicos desde arriba y varias personas abajo, se limitaron a ignorarme mientras casi me partía la crisma.
Pensé en cómo de educada era la gente.
Recuerdo que el año pasado me pasó más o menos lo mismo por Navidad, es decir, encontrarme a rancios pasajeros que no sacaban el espíritu navideño ni en vísperas de fiestas y que me abandonaron a mi suerte sola con mi maletón.
Me molestó ver cómo es la gente porque yo soy de ésas, quizás alguien crea que soy tonta, que ayudo a un desconocido si veo que no puede con una maleta al bajar de un tren o que ayuda a una madre a bajar el cochecito del bebé por las escaleras del metro. Quizás sí que soy una clásica.
Pero el otro día me indigné más. La razón fue recordar los recientes cuidados y atenciones recibidos en Argentina. Allí, en general, las personas te ayudan, son amables y detallistas, al menos las que yo me encontré en mi camino. Los chicos te ayudan a bajar de un bus aunque no lleves maleta, te abren la puerta y se resisten a dejarse invitar a una copa mientras te invitan a ti. También me ha pasado lo mismo con amigos brasileños y de otros lugares de latinoamérica­­ y, aunque sé que parte de machismo cultural hay en esa actitud, me encanta.
Y es que aquí se ha confundido lo de ser moderno con maleducado. Porque una cosa es que te vengan con una flor y otra que dejen que te empotres en un andén acarreando la maleta, que respetar la independencia no es lo mismo que ignorar que alguien vaya cargado como un burro y no se le ofrezca ayuda. Vaya, que entre poc y massa (entre poco y demasiado). Será por eso que, en nuestras latitudes, cuando un chico tiene un detalle caballeroso pase a ser de los “top” educados-caballerosos-charmings (y si sólo es porque sí, sin razón oculta, ya sea de los “super-encantadores-maravillosos-en-extinción”
Seguía yo pensando en los caballeros del sur, tan encantadores ellos mientras contestaba mensajes de Feliz Navidad esperando el metro.  Los mensajes de texto, mails o whatsapps de turno no son lo mismo que las clásicas postales, el ir a comprarlas, escribirlas, enviarlas, pero menos da una piedra. También en esto de la Navidad se ve quién es detallista y quién no. Hay quien sorprende al abrir el buzón, pasando por los mensajes personales o las felicitaciones de “reenviar” y hay quien ni contesta a los distintos tipos de comunicación electrónica o simplemente no dice ni mu.
Todo son detalles. Yo seguiré siendo más de postal de papel, aunque cada vez reduzca más la lista y me adapté a las modernidades con un mensaje genérico para no olvidarme a nadie.  Y seguiré ayudando a quien carretee una maleta, aunque no sea una dama del sur. Quizás sea una antigua, pero, qué le voy a hacer. Esos pequeños detalles cuentan.

2011/12/07

La filosofía del centollo versus al esnobismo emocional

El sábado pasado me liaron para ir a una fiesta de singles. Quien me conozca mínimamente sabe que soy más que reacia a cualquier tipo de actividad, web o asociación cuyo único fin sea encontrar pareja. Aunque muchas personas han encontrado pareja  gracias a ello y lo respeto, es algo que no va conmigo, así de sencillo.
Así que tras ser víctima de una artimaña considerable, el otro día me vi en una fiesta de “singles”. Me lo tomé como un experimento científico.
Me encontré en un local lejos del centro en el que el porcentaje de parroquianos era como de cinco hombres por cada mujer, o mayor incluso, de edades comprendidas entre los treinta y pico a los cincuenta y pico.
Si la actitud de ligoteo en una fiesta estándar es considerable, allí era descarada. No se cumplía aquello de “vengo a pasarlo bien y a ver que cae” sino “vengo a ver que cae y a pasarlo bien”. Me sentí algo agobiada. Que nadie me malinterprete, los chicos eran atentos, educados, amables y lucían su mejor sonrisa y sus más ingeniosas bromas pero tanta evidencia me abrumaba y cierto toque pulpense me molestaba un poco.
La mayoría con los que hablé salían de una relación larga recientemente y parecían buscar una pareja con cierta ansia. De hecho, a los cinco minutos escasos de cualquier conversación ya me habían expliado estado civil, profesión y dónde vivían, régimen de alquiler o compra de la vivienda incluido, vaya “anant per feina” y, a destacar, prácticamente no me habían preguntado nada de mi misma.
Entonces recordé la filosofía del centollo, aquella que más de una vez han querido que siga y me he negado.
En qué consiste la filosofía del centollo? Consiste en escoger pareja como quien, en una marisquería señala a un centollo de la pecera, es decir, a dedo y diciendo, “este mismo”.
Hace ya tiempo, una amiga, con toda la mejor intención del mundo y cero diplomacia, me dijo que si tenía algún amigo de todos ésos que fuera normal y me lo pudiera quedar como pareja.
Aquel día nació el concepto de centollismo.
Claro, ella no entendió que le dijera que todos mis amigos eran normales, que no estándar, que los quería un montón, pero que no eran perritos o gatitos a los que adoptar, que tenían personalidad y criterio y, lo más importante, no eran centollos intercambiables. Tendríais que ver su cara cuando le dije que no quería pasar el resto de mi vida con un centollo.
Pues la otra noche me dio la impresión de estar en una reunión de centollistas, todos a la caza de su centollo o centolla.
Entonces descubrí que, además de no seguir esa corriente filosófica, tampoco quería ser tratada como semejante crustáceo.
La noche dio para mucho. Encontré a algún “engañado” como yo y también fue bastante enriquecedor.
Llegamos a la conclusión que el grado de centollismo es casi inversamente proporcional al tiempo que haga que el sujeto se ha separado, es decir, tras los primeros meses “negros” a menos tiempo, más centollismo. Después hay una época muy acusada y, o se encuentra pareja-centolla o el sujeto empieza a acostumbrarse a la soltería.
Ahí llegaría la diferencia entre single y soltero de larga duración. El single busca con avidez pareja y maquilla su situación sentimental a golpe de anglicismo. El soltero de larga duración ya no está en esa fase de síndrome de abstinencia y se siente cómodo con su soltería, la búsqueda de pareja, si es que busca, es menos intensa. Dentro de este último grupo hay quien un día cae en el centollismo y hay quien cae en el esnobismo emocional, ése en el que ya no sólo no vale cualquiera sino que cada vez se pone el ojo en alguien más y más “especial” (el entrecomillado es deliberado como equivalente a decir exótico, diferente, alternativo, complejo). El grado de esnobismo emocional también se puede agudizar cuanto más tiempo pase el sujeto a gusto en su soltería (que no celibato, muy importante el matiz ya que el “picotear” también da alas y tiempo al esnobismo emocional). Los casos más extremos de esnobismo emocional son aquéllos en que el soltero, aunque encuentre a alguien especial, sigue pensando que quizás hay alguien aún más especial a la vuelta de la esquina y que podría perdérselo. ¿La búsqueda de la perfección?¿Dónde está el límite?
Por supuesto, ambas posturas frente a la soltería tienen en medio muchos grados y matices, así como combinaciones de ambas corrientes.
También me quedó claro que los dos polos, en este caso, no se atraen.  También entendí que los centollos y centollas tienden a encontrarse y vivir el resto de su vida centollamente pero los esnobs...ésos descartan entre sí y siguen a la búsqueda de La Tierra Prometida.
Conclusión: los extremos, como siempre, son malos (Discovering garlic soup, as always)

2011/12/03

La ciudad de las flores y los árboles lilas

Buenos Aires puede ser muchas cosas: una ciudad caótica, dinámica, con altas dosis de polución en el ambiente, monumental, cosmopolita, alegre, latinoamericana y europea, moderna y caduca, multicultural, tanguera y de diseño.
Me sorprendió y me recordó a algunos lugares de otras ciudades de diversas latitudes: un barrio a Lima, otro a Madrid, otro a París, otro  a Barcelona...
Pero si hay algo que me robó el corazón fueron las flores. En una ciudad en que se puede masticar el CO2, sorprende que haya puestos de flores en cada esquina.
En la visita a la sinagoga la señora que nos dio la explicación nos dijo que era costumbre el Sabbath llevarle flores a la esposa. También vi algunas parejas en que ella llevaba una flor en la mano.
Me encantó. Será por eso de llevar nombre de flor o tener un olfato agudo, acorde al tamaño de mi nariz, lo cierto es que me encantan las flores y la romántica idea de una cultura que tenga tan instaurada la costumbre de regalar flores me sedujo. La ciudad de las flores, que perfuman y decoran las calles. Lástima que en otras latitudes se haya perdido la costumbre y que cada vez sea más poco frecuente que la sorprendan a una con un ramo o hasta con una flor de vendedor callejero. Bueno, siempre hay honrosas excepciones, doy fe de ello.
Además de esos puestos multicolores entre los numerosos espacios verdes y en las calles de la ciudad había unos árboles de flores lilas (como muchos sabrán, mi color favorito) y muy aromáticas. Fue una suerte verlos en primavera, dejando bajo de sí unas alfombras de flores lilas bajo sus copas, del mismo color, en las plazas.
Quizás sea algo extraño que en una ciudad con tal variedad de posibilidades de ocio, de zonas diferentes, de contrastes, de gastronomía variada, de monumentos y de historia, lo que más me haya impactado sean las flores y los árboles lilas pero es así, qué le voy a hacer, soy una floripondia.

El árbol en sí, creo que es la Abelia Grandiflora