2013/03/27

La manta


Llegó a casa tras el duro día después de la tormenta. Se pasó todo el día ausente y con la mirada triste. Algún compañero de trabajo la miró algo extrañado sin atreverse a preguntar. Solamente la señora de la limpieza le dijo  “ norrmalmente te veo estresada, hoy te veo triste. Todo bien, hija?” a lo que Eva contestó con una sonrisa y un “sí, todo bien, más o menos”.
Salió temprano. No tenía la cabeza para estar un segundo más del necesario en la oficina.
En el autobús, camino de casa, miró por enésima vez el móvil con la esperanza de ver parpadear la luz lila que le indicara que tenía un mensaje. Pero la luz que parpadeaba en su teléfono era amarilla, color que avisaba de os mensajes de los grupos varios de whatsapp. De todas formas revisó sus mensajes. Tenía doce mensajes del grupo Cena solo chicas.
Guardó el teléfono en un bolsillo de su abrigo y su mirada se perdió entre los árboles de la calle. El camino hasta casa se le estaba haciendo eterno.
Mientras el autobús paraba en un semáforo, reparó en la glorieta acristalada de aire modernista que se distinguía majestuosa en el paseo.
Notó un nudo en la garganta y las lágrimas que se agolpaban por salir de sus ojos.
Allí había sido su primera cita para tomar un inocente café hacía unos meses. Lo recordaba como si hubiera sido ayer: la mesa en que se sentaron, lo que pidieron, lo que llevaban puesto...recordaba la conversación y las sonrisas.
Cerró los ojos con fuerza y casi se pasa su parada.
Al llegar a casa le abandonaron las fuerzas y el temple. Rompió a llorar en el descansillo, mientras abría la puerta. Le costó atinar con la llave en la cerradura.
Dejó el bolso y el abrigo en la cama y se fue al salón.
Los sollozos le dificultaban respirar. Agarró la manta de descansaba plegada sobre uno de los reposabrazos del sofá y la mordió para contener un grito sordo.
Entonces notó aquel olor a madera y sándalo que tan bien conocía y su llanto se volvió descontrolado.
Aquella manta los había cubierto, dos días antes, por la mañana, en aquel mismo sofá, donde apuraron los últimos minutos antes de salir corriendo para ir a trabajar. Aquella mañana se le había hecho especialmente duro salir de casa, moverse de su lado.
Aquella mañana había llegado risueña a la oficina, ajena a lo que sucedería al día siguiente. ¿Quién iba a pensar que, de un día para otro, todo iba a cambiar tanto?
Y entonces sucedió, sin esperarlo, como el visitante que se presenta en una casa sin previo aviso.
Lo que tenía que ser una conversación sin ninguna trascendencia sobre qué cenar aquella noche acabó siendo una discusión bastante enzarzada sobre los egoísmos de cada cual.
Cuando él llegó a casa el ambiente seguía caldeado y la discusión continuó en el piso.
Y, entonces se lo dijo, sin avisar. Le dijo que no la quería, que nunca la había querido.
Eva se quedó sin aire y boqueaba como un pez fuera del agua.
Apenas oyó como él se despedía y cerraba la puerta sin más explicación, sin más drama.
Recordando aquella escena las lágrimas corrieron por la cara de Eva y empezaron a empapar la manta que olía a él.
Se acurrucó en el sofá, entre sollozos y se durmió apretando contra sí fuertemente la manta y hundiendo la nariz en ella para inspirar aquel aroma que le recordaba a él.
Se durmió agotada, aferrada a los olores, aferrada, en sus sueños, a él.