2009/12/18

Según se mire

Hay conversaciones que cambian el ángulo bajo el que se miran las cosas, que dan un giro a aquello que leemos, que vemos por televisión, que nos dicen. Hay conversaciones de esas, de quien vive en primera persona las cosas que se ven en los telediarios que zarandean las ideas preconcebidas, que nos llevan a ver las cosas con los ojos y los ideales de esos otros y no desde la visión siempre inevitablemente polarizada que nos llega por otros medios.
Hace tiempo leí que en Israel el servicio era obligatorio pata todos sus ciudadanos, tres años para los hombres y dos para las mujeres, sin excepción.
Desde mi perspectiva, de escaso sentimiento patriótico, pacifista y que cree que “regalarle tiempo” al estado era más que un regalo, un robo, me pareció indignante.
No seré yo quien se ponga de parte de unos u otros, pero lo cierto es que algunas imágenes vistas en los telediarios de niños palestinos lanzando piedras a los tanques israelíes me han estremecido más de una vez y me han hecho simpatizar con esos críos frágiles defendiéndose frente a las masas de hierro.
En su momento pensé en lo terrible que me parecía perder tres años de la vida y, más aún, en un ejército como ese, en un país que, lleva muchos años en conflictos bélicos demasiado largos, en los que hay demasiada sangre derramada que perdonar. Me pareció que fomentar ese militarismo de la población civil era una manera de seguir el conflicto.
Nunca me planteé qué pensaba un israelita del tema. Ni me pasó por la cabeza que la población viera ese servicio militar como parte de la enseñanza y la madurez personal, que se cumpliera con orgullo patriótico y con en convencimiento que aquella era una manera de estar protegido ante cualquier adversidad. De eso me enteré en esa conversación.
Y entonces vi una cicatriz en el brazo de quien me habla. Pregunté y resultó ser una cicatriz debida a una herida de bala y, combinado con ese sentimiento de protección de un pueblo y la naturalidad de semejantes lesiones, me di cuenta que es muy difícil entender cuando no se está en la situación, que los desvalidos no lo son tanto y que los fuertes también tiene debilidades.
Quizás porque, afortunadamente, estos conflictos sólo los veo en lugares en la televisión me sentía lejos de ellos, aquella cicatriz zarandeó mi mundo y me aproximó a una realidad de esas que veo tras la pantalla.
Entonces me pregunté cuántos ciudadanos de a pie había en aquel país que supieran disparar un arma, cuantos médicos, abogadas, arquitectos, peluqueras, economistas, ingenieros tenían algún recuerdo así de su servicio militar y lo explicarían, cual anécdota, como las historias de la mili de nuestros padres antaño. Me aterró que podría ser yo si la situación de mi tierra implicara que todos debiéramos pasar por el ejército y no precisamente para misiones humanitarias.
Quién era la víctima entonces? Quién era el que atacaba? Quién se defendía? Simplemente, todos y nadie.
En ese momento entendí que todo dependía de cómo se mirara.


2009/12/13

Media etiqueta contenida

Tocaba ponerse otro disfraz.
Otro año más tocaba vestirse "de media etiqueta": vestido de cóctel, zapatos de diez centímetros de tacón, bolso diminuto, maquillaje y peinado elaborado.
De nuevo tocaba estar un rato en un ambiente relajadamente contenido, sintiendo más de una mirada cual puñalada y devolviendo sonrisas de falsa cortesía. No le gustaba.
Mientras se pintaba la máscara para esa noche pensaba en qué pasaría si apareciera en chándal, o con un disfraz de oso de peluche. Entonces se planteó quién era ella. Se preguntó si estaba en todos o en ninguno de aquellos atuendos de sus distintas facetas.
Se puso la mascarilla de pestañas y miró el resultado de su obra en el espejo. Sonrió.
Quizás sí era cada una de aquellas caras que la vida le llevaba a tener. O al menos eso debía intentar: no perder la esencia aun cuando fuera en una velada de media etiqueta contenida.