2006/07/25

Historias a la carta 1: De gatos y mares

Dió una vuelta en la cama y luego otra. El calor de aquel agosto era el peor que recordaba. Siempre había quien decía haber vivido uno más caluroso, pero Ainoa no recordaba ninguno así desde que su vida estaba a orillas del Mediterráneo. En su infancia, en las playas de su Laredo natal, era distinto: las tardes se cubrían de nubarrones, las noches eran frescas, y el agua del mar fría. Pero de eso hacía mucho tiempo, más de una década.
Desde que vivía en Barcelona las siestas en agosto eran casi imposibles sin sudar, más aún cuando los pensamientos daban vueltas en su cabeza mientras ella se giraba, una y otra vez, entre las sábanas.
En momentos como ese, prefería levantarse, ponerse encima lo más fresco que encontrara y pasear hasta el puerto sobre sus sandalias de plástico. Era un recorrido tranquilo, de poco más de media hora. Solía pasear hasta un espigón y sentarse en unos bancos de piedra a contemplar aquel mar, tan manso para ella, tan distinto de “su mar” , aquél plomizo que, a veces, tanto añoraba. Mientras escuchaba a las gaviotas mezcladas con las voces de la gente que deambulaba por el paseo, se sentía sola y triste. Los treinta le habían caído como una losa, culminando un año poco afortunado, de decepciones, pérdidas y excesos. Mientras repasaba todo aquello que le hacía tan difícil conciliar el sueño un domingo por la tarde, notó algo que rozaba su pierna. Tras el sobresalto, vió a un gato rallado y rollizo que remoloneaba a sus pies. Era uno de tantos gatos callejeros de la zona, de ésos que se buscan la vida como pueden, que comen lo que sea y que se escapan dando saltos de los indeseables que disfrutan quemándoles la cola. Aquél debía saber muy bien cómo sobrevivir dado su cuerpo rechoncho y sus mofletes abultados. Acarició el entrecejo al minino y siguió mirando al horizonte. Pero el gato, no contento con las cuatro carícias que Ainoa le había regalado, se subió al banco de un brico en busca de algún mimo más y algo que comer.
Ainoa no pudo hacer otra cosa que sonreír y acariciarlo de nuevo.
Le recordó a aquél otro, a “Stalin” el gato atigrado de Yulen, el dueño del bar que había en la esquina de su casa en Laredo. Stalin era mofletudo, rechoncho y de largos bigotes. Habían crecido juntos y seguía a Ainoa incluso hasta casa, para el disgusto de su madre.
Fue el confidente de sus más íntimos secretos, el confesor de sus diabluras y el paño de sus lágrimas. No respondía a llamadas y sólo cuando le apetecía se escabullía del bar y seguía a Ainoa. En una ocasión cuando ella tenía catorce años recién cumplidos y el chico de la clase que le gustaba la llamó palillo, la siguió hasta el espigón donde, juntos, contemplaron la puesta de sol. Pasaron horas compartiendo la tragedia. Sólo a la hora de cenar Stalin volvió al bar para que Isa le diera algo de pescado y las sobras de la jornada.
Siguió acariciando al gato callejero mientras pensaba en aquella puesta de sol en Stalin y en los días en Laredo, tan distintos.
A su espalda se oyó un silvido y un -“Bitxu” ven aquí, golfo!, ven con mami-
Y “Bitxu” bajó de un brinco del banco y fue al trote hacia una anciana que sostenía un platiilo de plástico lleno de sobras. A sus pies, otros gatos comían de sendos platillos roídos.
Ainoa se sintió de nuevo sola, de nuevo abandonada por unas sobras, de nuevo triste. Se preguntó si tal vez ella era como aquellos gatos, una superviviente o como la anciana, una alma solitaria que sólo disfrutaba de la compañía de un puñado de felinos. Entre tanto, se hizo de noche y fue hora de volver a casa. Caminó como sonámbula, ensimismada en su situación, en su recién estrenada soltería, en las noches locas de los últimos meses, en la última convención que había organizado. Tal vez fuera el momento de volver a su hogar, a su mar irascible y a las brumas matinales. O tal vez debiera recoger a un gato y cuidarlo, quererlo y acariciarle el entrecejo mientras , juntos, contemplaran la puesta de sol.

(*Esta es la historia en base a las peticiones de Bohemia, Edharris y Trasgu Astur. Hackman, Bruji, las vuestras quedan pendientes ya que me era imposible cuadrarlas con las demás. Os debo un castrati y un muerto respectivamente.)

5 comentarios:

hack de man dijo...

plas, plas (aplausos)

Molt bé!

la gata dijo...

Merci. A ver qué tal saldrán las otras.

Anónimo dijo...

Las descripciones muy buenas. He sentido el frescor del mar del norte, el húmedo calor de BCN y el agobio de Ainoa...Felicidades!

Anónimo dijo...

Gracias gata. Quizás algunos no puedan entenderlo... quizás tú un poquito... No sólo he sentido el frescor del mar del norte, sino que me has hecho vislumbrar por un instante "mis puestas de sol" desde "mi acantilado" (aunque caiga algo lejos de Laredo) y hasta he podido saborear la sal suspendida en el aire al romper las olas contra el acantilado... Eres genial! Te debo una... Y, por cierto, espero las otras historias.

la gata dijo...

Jeje trasgu, lo sabía. Sabía que te recordaria a otro lugar que también empieza por "L". Gracias a ti, a vosotros.