Hacía frío, mucho frío, de ése que sólo se nota por las mañanas cuando toca ir a trabajar.
Le dieron ganas de volver sobre sus pasos, entrar en casa y acurrucarse bajo el edredón y seguir durmiendo. Aún así, tuvo suficiente voluntad para hundir la nariz en la bufanda y seguir caminando.
Mientras esperaba en el semáforo vio cómo empezaban a caer los primeros copos, suaves, delicados como plumas escapadas de algún almohadón.
Se subió al autobús y miró por la ventana. Pasaba justo por una esquina, esa esquina.
Recordó otra mañana fría en la que empezaba a nevar tímidamente, esa misma esquina y un beso bajo la nieve, suave y delicado, mientras los copos se posaban sobre los labios. Aquella mañana también le apeteció volver a acurrucarse bajo el edredón, aunque tal vez no para dormir.
En el asiento de delante se sentó un chico trajeado. Olía a 212 de Carolina Herrera.
Se apoyó en el cristal de la ventana del autobús, aspiró para embriagarse con el perfume del otro pasajero y sonrió. Las mañanas frías en las que empezaba a nevar se habían quedado marcadas para siempre por aquel beso matutino, en aquella esquina, por aquel perfume.
Empezaba bien el día.
Le dieron ganas de volver sobre sus pasos, entrar en casa y acurrucarse bajo el edredón y seguir durmiendo. Aún así, tuvo suficiente voluntad para hundir la nariz en la bufanda y seguir caminando.
Mientras esperaba en el semáforo vio cómo empezaban a caer los primeros copos, suaves, delicados como plumas escapadas de algún almohadón.
Se subió al autobús y miró por la ventana. Pasaba justo por una esquina, esa esquina.
Recordó otra mañana fría en la que empezaba a nevar tímidamente, esa misma esquina y un beso bajo la nieve, suave y delicado, mientras los copos se posaban sobre los labios. Aquella mañana también le apeteció volver a acurrucarse bajo el edredón, aunque tal vez no para dormir.
En el asiento de delante se sentó un chico trajeado. Olía a 212 de Carolina Herrera.
Se apoyó en el cristal de la ventana del autobús, aspiró para embriagarse con el perfume del otro pasajero y sonrió. Las mañanas frías en las que empezaba a nevar se habían quedado marcadas para siempre por aquel beso matutino, en aquella esquina, por aquel perfume.
Empezaba bien el día.
4 comentarios:
Venía de otro blog donde también nieva y alguien ha dejado escrito esto. Un regalo para acabar el día :-)
Eu non sabía que había
tanta alegría nas bágoas
Nin neve nas bidueiras.
Nin esperanza nas mágoas.
(Yo no sabía que había
tanta alegría en las lágrimas.
Ni nieve en los abedules.
Ni en las penas, esperanza.)
(MANUEL RIVAS-Alalá-A Desaparición da neve)
Será que la nieve inspira...Ahora entiendo cómo es que Larson escribíó tantísimo
Hace unas semanas que pongo la alarama del fono tres cuartos de hora antes, es lo que tardo en dejar las sábanas este invierno. A la tropecientas consigo salir. Rapidito eso si. Ya se hace tarde.
Está costando mucho levantarse, verdad? Tendrían que prohibirse ir a trabajar con este tiempecito...
Quiero calorcito y sol YA! Suerte que ya queda poco.
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