En menos de 48 horas cumplo treinta años. Y es un cumpleaños algo extraño.
Por un lado, me siento esos treinta, o mejor dicho, esos no veinte en el carácter, en las prioridades, en las necesidades, en todo. Incluso me siento distinta físicamente. Por otro, me siento más viva que nunca, con ganas de hacer mil cosas, com más ilusiones que nunca, con energía. Joven sí pero adulta también. Y me refiero a que me haya dado el instinto maternal ni nada de eso sino que relativizo todo mucho más y le doy a las cosas un valor distinto. En eso creo que tiene mucho que ver el viaje de este verano.
Y me siento feliz y triste a la vez.
Lo celebraré con mis amigos, con bastantes, la verdad, y me hace ilusión. Estarán los de siempre, los recuperados, los que están lejos, los transformados, los que veo menos, los recientes, con los que comparto confesiones, risas, llantos, actividades y eso me hace feliz.
Pero también habrá la parte triste: las ausencias. No estarán los que se distanciaron, los que dejaron de estar, los que dejaron a secas y, sobretodo, faltarán mis sobrinos.
En ese aspecto, sé que no será un día fácil. Suerte que está la ora parte, la vuestra porque muchos de esos amigos que estarán se pasan por este blog.
Así que os doy las gracias por querer celebrar mis treinta.