2009/11/30

Notas sensuales

Llevo días escuchando una y otra vez esta canción. Me encanta el lado más sensual de Lenny. No me importaría conocer a quien es capaz de componer e interpretar, a viva voz, al piano, con una guitarra, batería y seguro que hasta con una pandereta, una canción así.
Hoy esta gata está demasiado cansada para escribir una linea más, de hecho, creo que las palabras sobran. Que ustedes lo disfruten.


2009/11/26

Máscara

Estaba acostumbrado a llevar máscaras, aunque de otro tipo, de ésas que se llevan a cara descubierta durante todo el día, de las que no sólo ocultan el rostro, sino también el alma. No le costaba disfrazarse de trabajador de cuello blanco cada mañana, de persona comedida, de persona impersonal. Ser otro formaba parte de su día a día.

Pero aquello era distinto. Aquella máscara tenía que transportarlo, liberarlo de sus prejuicios y miedos, dejarle libre o, al menos, eso le habían dicho.

Dudaba que, por el mero hecho de ser una persona anónima en un baile de máscaras, su actitud fuera a ser distinta. Así que llegó a la fiesta con su antifaz y su escepticismo. Al principio se sentía como siempre, como en cualquier otro evento. Por un momento sintió la decepción del que ha puesto demasiadas expectativas en humo, pero, a medida que pasaba el rato se iba sintiendo más cómodo, hasta que, de pronto, se dio cuenta que nadie lo conocía, que no conocía a nadie y que a nadie parecía importarle lo que pensaran aquellas personas anónimas.

Y por fin, se sintió libre. Por fin podía ser quien era, por fin podía bailar o no, flirtear o no, ser amable o desagradable, beber o no, reir o no, llorar o no. No había una cámara indiscreta, un qué dirán y, lo más importante, la autocensura que siempre le acompañaba se había quedado en la puerta.

Sonreía y hablaba sin ser nadie y siendo, por una vez, un todo auténtico, tal cuál, sin conservantes ni colorantes.

Pasaron las horas sin que se diera cuenta, entre música, miradas, besos, chistes, bailes y copas.

Y, de pronto, una de las cintas se rompió. La máscara cayó al suelo y se rompió en pedazos, como su libertad. Abrió los ojos como platos, aterrado.Miró a un lado y otro y salió corriendo, dejando con la palabra en la boca a aquéllos con los que conversaba y la incredulidad dibujada en los labios de la chica que lo abrazaba.

Unas calles más allá se paró ahogado. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que era un cautivo de su propia vida.

Empezó a llover y las gotas se mezclaron con sus lágrimas de preso en su galera de cristal.

2009/11/11

Añoro

Te añoro. Te añoro, así de simple.
Será por eso que cuando vuelvo quiero verte, debo verte y no hay compromiso que pueda interponerse.
Añoro tenerte un rato frente a mí, junto a mí.
Añoro tu olor, tus caricias en mis pies, tu murmullo. Añoro verte tranquilo, hasta tus días de furia en los que podrías arrasarlo todo.
Añoro tu fuerza y tu calma.
Será por eso que, aunque sea por unos minutos tengo que verte cada vez que vuelvo a estar cerca de ti.
Esta vez sólo pude saludarte, poco más de un breve "hola". Fue suficiente, más o menos.
Me hiciste sonreír y llevarme tu recuerdo y añorarte de nuevo mientras me alejaba en el tren.
Cómo añoro ese mar, ese Mediterráneo.

2009/11/01

Un hogar en una acera

Cada vez que pasaba por aquella calle me preguntaba cómo se podía llegar a esa situación.
Descubrí aquella calle en uno de tantos paseos por la ciudad, uno de ésos sin rumbo, sin hora y sin tiempo que me llevan a perderme hasta, a veces, tener que echar mano del callejero que siempre me acompaña.
Era una de esas calles céntricas y estrechas,grises, algo oscura, con un edificio abandonado, funcional de los setenta, gris, envuelto en polvo gris, que en otros tiempos debió albergar montones de oficinas repletas de empleados grises.
La que fue la entrada formaba un porche de un metro de profundidad que parecía el lugar perfecto para que un vagabundo se instalara con sus cartones. Y allí estaba.
Pero aquél no era un vagabundo cualquiera.
Además de los cartones a modo de catre , aquél había montado una especie de salón junto a una de las paredes que había cubierto con una tela de saco de la que colgaban adornos e, incluso una flor de plástico.
También había una cocina de cámping gas y unas cacerolas ordenadas.
Aquellos metros de acera no eran un simple lugar donde descansar los huesos sino una casa completa.
Cada vez que pasaba por allí me sentía como una intrusa que se colaba en casa de alguien sin preguntar, sin pedir permiso. Me sentía incómoda, aunque seguía pasando por allí.
Afortunadamente nunca me había encontrado con el inquilino del lugar, así que al menos no era tan violento como si me colara en una intimidad a la nadie me había invitado.
Pero el otro día, al mediodía, me encontré la casa en plena actividad.
Había una silla, una mesa de cámping con un hule de flores, un vaso, dos botellas de cerveza de litro, una servilleta de tela a cuadros y unos cubiertos.
Me sorprendió que hubiera dos pares de cubiertos, de ensalada y de pescado, tan perfectamente dispuestos en aquella mesa en medio de la calle.
Entonces reparé en la lata de sardinas que esperaba abierta en la esquina superior derecha de la mesa.
Me dejó desconcertada la imagen de aquellos cubiertos que mantenían el sibaritismo en alguien que vivía en una acera y comía sardinas.
¿Quién debía ser aquella persona que no podía o no quería comer pescado sin el cubierto adecuado pero dormía entre cartones a la intemperie?
Dí un vistazo rápido por la calle para ver si podía descubrir a aquel inquilino de acera desconocido. Allí estaba en su "cocina" preparando su ensalada.
Era un hombre mayor, tal vez envejecido sin serlo, enjuto, menudo, de pelo cano, ni largo ni corto, barba recortada, cuidada, blanca.
Sus ropas no estaban demasiado nuevas aunque no parecían sucias: un pantalón gris, una camisa de rayas, un jersey, un pañuelo anudado al cuello.
Tenía aire de vagabundo, adquirido a la fuerza, al dormir entre cartones.
La sensación de intrusa me llevó a cambiar de acera antes de que me viera, para no molestar.
Descubrí, entonces, que no había caído que me faltaba una habitación de la casa por ver: el retrete.
El olor a orín,a rancio, a agrio, me llevó a apresurar el paso y a olvidar las preguntas que me hubiera gustado hacerle a aquel hombre.
Aún así, mientras me alejaba, una de ellas se repetía, una y otra vez: ¿quién es ese hombre?