2013/05/08

La I-secta y los smart esclavos


Como cada vez que descubro "la sopa de ajo", hoy pensé que no me podía ir a dormir sin contarle al mundo mi descubrimiento.

Así que aquí estoy, tras más de un mes sin pasearme por el tejado.

El caso es que hoy me fijé en que la mayoría de personas que iban en el autobús iban sentadas, mirando hacia abajo, concretamente, hacia su teléfono móvil.

¿Dónde quedaron los libros, la mirada perdida o a veces fija en el de delante? ¿Dónde quedaron esas cabezadas contra la ventana?

La dependencia a los teléfonos “smartphone” no es una novedad y, de hecho, este mismo tema salió en una conversación con una amiga hace poco y también apareció este tema en el blog en otra ocasión. Me sentí un poco “abuela cebolleta” diciendo aquello de “a dónde iremos a parar” pero en estos pocos días que llevo observando el fenómeno creo, definitivamente que los Iphones, Blackberrys y Androids nos han esclavizado.

No deja de ser más que significativa la postura que hace tomar a los esclavos, que como yo, nos hemos dejado seducir: cabeza baja, ojos algo entornados, totalmente centrados en esas pequeñas pantallas, una o dos manos ocupadas.

Si cambiáramos el teléfono por un rosario, cualquiera diría que los esclavizados usuarios estamos rezando y, dado el número de horas utilizadas, quién no tildaría de fanático religioso a alguien que se deja las cervicales durante horas “dándole” al rosario/teclado/pantalla?

Mi estudio sopaajense a continuado en el ascensor, de camino a la oficina. De las diez personas que íbamos en el ascensor, nueve íbamos mirando el teléfono, con la misma postura sumisa que antes. Esta vez, la imagen aún era más impactante, cabezas bajas de sujetos con trajes oscuros que se dirigen a un trabajo capitalista sin rechistar, sin mostrar emoción alguna. Mejor aún me pareció que de esos nueve teléfonos esclavistas seis eran iphones.

Recordé el anuncio de Scott para Apple en los ochenta, aquellas figuras grises alienadas y aquella chica rompiendo la pantalla.

Paradojas de la vida, son ahora los Iphones, Ipads, I-de-todo los que más esclavizan a sus usuarios, esos adeptos abnegados que tienen total devoción a la marca de la manzana mordida, ese mordisco que, como Adán han dado millones de personas seducidos por el carisma de Jobs, por la imagen de la marca, por un maravilloso equipo de marketing.

Este post es mi pequeño martillazo al I-fanatismo, a la smartphone dependencia y al fin del contacto visual en transportes públicos y ascensores. ¿Qué será de las conversaciones de ascensor ahora?

¿Dónde iremos a parar?

2013/03/27

La manta


Llegó a casa tras el duro día después de la tormenta. Se pasó todo el día ausente y con la mirada triste. Algún compañero de trabajo la miró algo extrañado sin atreverse a preguntar. Solamente la señora de la limpieza le dijo  “ norrmalmente te veo estresada, hoy te veo triste. Todo bien, hija?” a lo que Eva contestó con una sonrisa y un “sí, todo bien, más o menos”.
Salió temprano. No tenía la cabeza para estar un segundo más del necesario en la oficina.
En el autobús, camino de casa, miró por enésima vez el móvil con la esperanza de ver parpadear la luz lila que le indicara que tenía un mensaje. Pero la luz que parpadeaba en su teléfono era amarilla, color que avisaba de os mensajes de los grupos varios de whatsapp. De todas formas revisó sus mensajes. Tenía doce mensajes del grupo Cena solo chicas.
Guardó el teléfono en un bolsillo de su abrigo y su mirada se perdió entre los árboles de la calle. El camino hasta casa se le estaba haciendo eterno.
Mientras el autobús paraba en un semáforo, reparó en la glorieta acristalada de aire modernista que se distinguía majestuosa en el paseo.
Notó un nudo en la garganta y las lágrimas que se agolpaban por salir de sus ojos.
Allí había sido su primera cita para tomar un inocente café hacía unos meses. Lo recordaba como si hubiera sido ayer: la mesa en que se sentaron, lo que pidieron, lo que llevaban puesto...recordaba la conversación y las sonrisas.
Cerró los ojos con fuerza y casi se pasa su parada.
Al llegar a casa le abandonaron las fuerzas y el temple. Rompió a llorar en el descansillo, mientras abría la puerta. Le costó atinar con la llave en la cerradura.
Dejó el bolso y el abrigo en la cama y se fue al salón.
Los sollozos le dificultaban respirar. Agarró la manta de descansaba plegada sobre uno de los reposabrazos del sofá y la mordió para contener un grito sordo.
Entonces notó aquel olor a madera y sándalo que tan bien conocía y su llanto se volvió descontrolado.
Aquella manta los había cubierto, dos días antes, por la mañana, en aquel mismo sofá, donde apuraron los últimos minutos antes de salir corriendo para ir a trabajar. Aquella mañana se le había hecho especialmente duro salir de casa, moverse de su lado.
Aquella mañana había llegado risueña a la oficina, ajena a lo que sucedería al día siguiente. ¿Quién iba a pensar que, de un día para otro, todo iba a cambiar tanto?
Y entonces sucedió, sin esperarlo, como el visitante que se presenta en una casa sin previo aviso.
Lo que tenía que ser una conversación sin ninguna trascendencia sobre qué cenar aquella noche acabó siendo una discusión bastante enzarzada sobre los egoísmos de cada cual.
Cuando él llegó a casa el ambiente seguía caldeado y la discusión continuó en el piso.
Y, entonces se lo dijo, sin avisar. Le dijo que no la quería, que nunca la había querido.
Eva se quedó sin aire y boqueaba como un pez fuera del agua.
Apenas oyó como él se despedía y cerraba la puerta sin más explicación, sin más drama.
Recordando aquella escena las lágrimas corrieron por la cara de Eva y empezaron a empapar la manta que olía a él.
Se acurrucó en el sofá, entre sollozos y se durmió apretando contra sí fuertemente la manta y hundiendo la nariz en ella para inspirar aquel aroma que le recordaba a él.
Se durmió agotada, aferrada a los olores, aferrada, en sus sueños, a él.

2013/02/25

Jornadas de reflexión

Hay días que sirven para ordenar, la casa, las ideas o lo que haga falta. Generalmente caen en fin de semana, casi siempre en domingo y el frío o la lluvia suelen acompañarlos aunque, curiosamente siempre pillan a solas.
A mí, además, se suelen pillar en pija de felpa con animalitos, de los que mamá me regala por navidad, zapatillas peludas y pocas ganas de hacer algo productivo.
Entonces siento la necesidad imperiosa de limpiarlo todo, lo que sea, y se alterna, sincopada, con las ganas de perder el tiempo mirando las musarañas o pensando en cualquier cosa.
Momentos de silencios y mirada perdida, monólogos reflexivos o buceos por Internet para interesarme por la altura de Janet Leigh que, a veces, se ven interrumpidos por una idea genial, por una reflexión vital o una evidencia que antes no veía.
Esos días son peligrosos. En ellos se me han ocurrido las mejores y peores ideas y mi ánimo ha ido de lo más alto a lo más bajo cual noria de feria. Son días que siempre se acaban cargados de decisiones.
Supongo que así deberían ser los días de reflexión anteriores a unas elecciones. ¿Qué decisión ha de ser más importante que elegir a quien ha de gobernar un país?
Por supuesto la pregunta va cargada con toda la ironía del mundo, viendo como está el patio.
El caso es que hoy fue una de esos días de reflexivos para mí.
Como en otras ocasiones, el resultado fue una casa más limpia, un malcomer sostenido todo el día y mucho, mucho que hacer para llegar a ese fin que últimamente veo más claro.
De un tiempo a esta parte, todo el mundo me dice que brillo cuando hablo de mi proyecto, que se me nota el entusiasmo y la felicidad. Hoy, más que nunca, creo en ese proyecto, en ese objetivo y en estar en el camino. Quizás sí se estén conectando los “Dots” como decía Jobs.