Hace un par de años me fracturé la tibia de la manera más
estúpida posible: no vi un minúsculo escalón de bajada. Fue nada más regresar a
Barcelona así que mi inicio de nueva vida se vio pausado durante los cuatro
largos meses que estuve de baja, casi sin salir a la calle.
Qué decir tiene que mi forma física, que no era una
maravilla, sufrió un considerable revés ya que cuatro meses de reposo acaban
con la musculatura de cualquiera.
Pero a golpe de fisio, entrenador personal y fuerza de
voluntad, volví a correr un año después, con más ganas que antes, empezando a
mirar tiempos, a cuidar la alimentación.
Hoy corría por la Carretera de las aguas, rodeada de runners,
porque ahora los corredores ya no se llaman corredores, se llaman runners, y
pensaba en lo lejos que estaba aquel primer día que intenté volver a correr, en
que no pude recorrer más que un miserable kilómetro a “ritmo cochinero” y
sacando los higadillos por la boca.
Mientras veía Barcelona a mis pies bajo un precioso día
soleado, me he sentido feliz, quizás por las endorfinas generadas por el
ejercicio, o por poder notar la brisa en mi cara mientras corría a un ritmo más
decente o porque, simplemente, me sentía de nuevo yo a cada pisada.
Quizás yo también he pasado esa barrera del que va a correr
de vez en cuando y pasa a ser “runner” (sea o no distinto a “corredor”). Sea
como sea, vuelvo a disfrutar corriendo.
Tendré que pensarme un post sobre el fenómeno runner un día
de éstos…
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