Lo reconozco, las sobredosis de películas romanticonas quizás
han afectado mi percepción del mundo pero me he cansado de sufrir portazos en
las narices y que me hayan dejado casi matarme bajando una maleta de un tren.
Lo sé, en el fondo soy una clásica.
El otro día volvía a casa por Navidad en AVE con la
gigantesca-maleta-navideña y dos portátiles. Cualquiera que haya subido a un
AVE sabe que los dos escaloncitos son bastante altos y parecen infranqueables
si se va demasiado cargado.
Ese era mi caso. Subir los dos maletines fue sencillo pero,
la maleta...pensaba que me dejaba la espalda. Fueron testigos de mi gloriosa
subida al tren un chico desde el andén y una pareja desde arriba. Fallé el
primer intento. Ni el chico del andén ni el de la pareja se movieron ni
abrieron la boca. La chica dijo un tímido “te ayudo” mientras lo intentaba de
nuevo y conseguía subir la maleta.
Al bajar del tren me pasó más o menos lo mismo, con el
agravante de que el espacio entre el tren y el andén era mayor. Casi podía oír
la música de circo, titi, tiririrititiri, titi,tiririrititiri, tit, tiririri,
tit, tiririri,tiririririririri, tiririri.
Pero no me premiaron con aplausos cuando conseguí bajas todo
mi equipaje sin tirarme a la vía. Esta vez un grupo de cuatro chicos desde
arriba y varias personas abajo, se limitaron a ignorarme mientras casi me partía
la crisma.
Pensé en cómo de educada era la gente.
Recuerdo que el año pasado me pasó más o menos lo mismo por
Navidad, es decir, encontrarme a rancios pasajeros que no sacaban el espíritu
navideño ni en vísperas de fiestas y que me abandonaron a mi suerte sola con mi
maletón.
Me molestó ver cómo es la gente porque yo soy de ésas, quizás
alguien crea que soy tonta, que ayudo a un desconocido si veo que no puede con
una maleta al bajar de un tren o que ayuda a una madre a bajar el cochecito del
bebé por las escaleras del metro. Quizás sí que soy una clásica.
Pero el otro día me indigné más. La razón fue recordar los
recientes cuidados y atenciones recibidos en Argentina. Allí, en general, las
personas te ayudan, son amables y detallistas, al menos las que yo me encontré
en mi camino. Los chicos te ayudan a bajar de un bus aunque no lleves maleta,
te abren la puerta y se resisten a dejarse invitar a una copa mientras te
invitan a ti. También me ha pasado lo mismo con amigos brasileños y de otros
lugares de latinoamérica y, aunque sé que parte de machismo cultural hay en
esa actitud, me encanta.
Y es que aquí se ha confundido lo de ser moderno con
maleducado. Porque una cosa es que te vengan con una flor y otra que dejen que
te empotres en un andén acarreando la maleta, que respetar la independencia no
es lo mismo que ignorar que alguien vaya cargado como un burro y no se le
ofrezca ayuda. Vaya, que entre poc y massa (entre poco y demasiado). Será por
eso que, en nuestras latitudes, cuando un chico tiene un detalle caballeroso
pase a ser de los “top” educados-caballerosos-charmings (y si sólo es porque sí,
sin razón oculta, ya sea de los “super-encantadores-maravillosos-en-extinción”
Seguía yo pensando en los caballeros del sur, tan
encantadores ellos mientras contestaba mensajes de Feliz Navidad esperando el
metro. Los mensajes de texto, mails o
whatsapps de turno no son lo mismo que las clásicas postales, el ir a
comprarlas, escribirlas, enviarlas, pero menos da una piedra. También en esto
de la Navidad se ve quién es detallista y quién no. Hay quien sorprende al
abrir el buzón, pasando por los mensajes personales o las felicitaciones de “reenviar”
y hay quien ni contesta a los distintos tipos de comunicación electrónica o
simplemente no dice ni mu.
Todo son detalles. Yo seguiré siendo más de postal de papel,
aunque cada vez reduzca más la lista y me adapté a las modernidades con un mensaje
genérico para no olvidarme a nadie. Y
seguiré ayudando a quien carretee una maleta, aunque no sea una dama del sur. Quizás
sea una antigua, pero, qué le voy a hacer. Esos pequeños detalles cuentan.
1 comentario:
Esos detalles son una manera de hacer la vida un poco mejor a los demás y eso no habría que perderlo nunca, aunque todo nos lleve a ello.
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