2007/07/22

Barco en la inmensidad de la noche 1: Cuadrado negro sobre fondo negro

Cómo se puede percibir un mismo hecho o acontecimiento de formas distintas? Cómo, aún siendo la misma persona, experimentar sensaciones tan dispares? Los post que siguen son un ejemplo de ello.

Nos alejábamos cada vez más de la costa. Empezó a notarse una brisa que pasó a viento. El mar plata pasó a plomo y, finalmente a negro. Como si de una versión del Cuadrado negro sobre fondo blanco de Malevich se tratara, pero esta vez de negro sobre negro, el mar se confundía con el cielo sin estrellas, opaco por las nubes. En el horizonte no se distinguía una sola luz, sólo una inmensa oscuridad que acababa donde la vista no distinguía. Sólo se percibía ligeramente la linea del horizonte, la que separaba un "negro" de otro. Todo es cuestión de matices, de grises, aunque sean oscuros, casi siempre son grises.
La sensación era de ir hacia la nada, con el viento azotando en la cara, haciendo volar las mangas de mi camisa.
Y ese ir hacia la nada, sin saber cómo, se me antojó paradójicamente extrapolable o aplicable a otros aspectos de la vida. Ese ir a no se sabe dónde, sin ver demasiado, yendo hacia delante sin mirar atrás, sin mirar a los lados, sin ver lo que hay más allá. Ese velero solitario pasó a tener nombre y apellidos, y el ir hacia la nada, sin una luz, sin una estrella, demasiado parecido a algún que otro momento, demasiado de actualidad.
De vez en cuando se escapaba un salpicón de una ola que me despertaba del letargo. Dejé de oír la música, de ver a las personas. Sólo existía es negro sobre negro que me atraía para sí y me aterraba a la vez. Dejé de ver a la gente y sentí la peor de las soledades, la del solo en medio de una multitud, esa multitud que, alrededor se perdía en la negrura. Esa sensación de vacío me hizo llorar sin lágrimas, de esas que se contienen cuando "no toca" llorar. Me adentraba en las tinieblas a ritmo del vaivén, como si de una caída libre se tratara. Se hacía difícil contenerse, se complicaba mantenerse ahí sin dejarse caer, sin que asomara una expresión delatadora. De repente, brilló una luz a lo lejos, una ráfaga de luz. Se repetía una y otra vez, lejana. Me pregunté a qué podía equiparar esa luz en el paralelismo creado. Al poco, a mi derecha, entre las nubes, se dejó ver la luna, tímidamente, que estaba ahí mirando desde la distancia, tímida, discreta, allí como quien no está tras las nubes pero que siempre está ahí para dar un poquito de luz. Ya ni notaba el balanceo del barco, ni el motor, ni las olas, solo la nada y las dos luces de esperanza y cerré los ojos para contener ese llanto que no tocaba, incliné la cabeza hacia atrás y extendí los brazos para dejar volar mi camisa. Escasos minutos después, aún con la cabeza hacia atrás, abrí los ojos. Allí estaba. Sobre mi cabeza brillaba una estrella entre las nubes, la estrella que marca el camino, la que indica la posición, a partir de la que se calcula el rumbo. Y de nuevo oí la música, las risas, vi a la gente y sentí el vaivén. Y la camisa volaba.

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