2016/04/21

Duelo de protagonistas


A un par de días de Sant Jordi, ahora que vuelvo a escribir, mis dos grandes historias se disputan mi atención.
Como dos hijos pidiendo atención cada ambas historias me reclaman,"escríbeme, escríbeme", estirándome de la manga, llevándome hacia el ordenador. Mis personajes me miran con cara de pena, como perrillos abandonados y con cierta descripción si le dedico tiempo a "la otra historia".
Qué difícil es esto de ser escritora...
Me siento como una madre que no sabe a quién dar más amor, si a la historia que está más madura, que ha crecido conmigo o a la que me ha acompañado en mis genes y que ahora florece.
Sea como sea, es época de escritura y, eso, tras los años de sequía, ya es muchísimo.
Tendré que pensar una estrategia para dar amor a ambas historias o para decidir cuál aparco. Qué duro...quién ganará, el espía de la Segunda Guerra Mundial o la consultora?
Lo sabremos en próximas reflexiones de La Gata.

2016/04/17

Una de runner

Hace un par de años me fracturé la tibia de la manera más estúpida posible: no vi un minúsculo escalón de bajada. Fue nada más regresar a Barcelona así que mi inicio de nueva vida se vio pausado durante los cuatro largos meses que estuve de baja, casi sin salir a la calle.
Qué decir tiene que mi forma física, que no era una maravilla, sufrió un considerable revés ya que cuatro meses de reposo acaban con la musculatura de cualquiera.
Pero a golpe de fisio, entrenador personal y fuerza de voluntad, volví a correr un año después, con más ganas que antes, empezando a mirar tiempos, a cuidar la alimentación.
Hoy corría por la Carretera de las aguas, rodeada de runners, porque ahora los corredores ya no se llaman corredores, se llaman runners, y pensaba en lo lejos que estaba aquel primer día que intenté volver a correr, en que no pude recorrer más que un miserable kilómetro a “ritmo cochinero” y sacando los higadillos por la boca.
Mientras veía Barcelona a mis pies bajo un precioso día soleado, me he sentido feliz, quizás por las endorfinas generadas por el ejercicio, o por poder notar la brisa en mi cara mientras corría a un ritmo más decente o porque, simplemente, me sentía de nuevo yo a cada pisada.
Quizás yo también he pasado esa barrera del que va a correr de vez en cuando y pasa a ser “runner” (sea o no distinto a “corredor”). Sea como sea, vuelvo a disfrutar corriendo.

Tendré que pensarme un post sobre el fenómeno runner un día de éstos…

2016/04/06

Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes


Cómo cuesta ponerse a escribir tras un apagón de inspiración tan grande. Me cuesta encontrar qué decir, me cuesta escribir frases dignas, me cuesta enlazar más de 140 caracteres de un tweet y me cuesta no poner @ o # delante de alguna palabra.
Qué raro se me hace escribir algo que no sea un manual o cualquier otro documento en formato presentación con plantillas corporativas.
¿Dónde se quedó mi creatividad? Me niego a que mi mayor momento creativo sea organizar un workshop con temática StarWars, me niego a que lo que escriba tenga nombre de palabra en inglés o de sigla.
Así que, pese a las agujetas mentales que tengo por intentar escribir más de una frase seguida, he decidido empezar a “entrenar” en esto de escribir.
No hay excusa que valga. Como diría Yoda (de algo me ha de servir inspirarme en los Jedi a veces) “Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”.

Si puedo quedarme un domingo cualquiera trabajando hasta casi las tres de la mañana, puedo robarle un rato al sueño para ir hacia mi sueño, para dedicárselo a mi pasión: escribir. Así que, ahí voy, a por unas cuantas frases para recuperar la forma.

2016/03/27

Una vida sencilla


A mediados de los ochenta se estrenó una película Witness (aquí se tradujo como Único testigo) en la que un policía se ocultaba en una comunidad amish en Pensilvania. Gracias a aquella película supe de la existencia y me impactaron considerablemente, quizás porque el niño protagonista era de mi misma edad y su realidad era totalmente diferente a la mía.

Recuerdo cuando le explicaban a  Harrison Ford que ellos llevaban una vida sencilla. Ese concepto que me pareció más un comportamiento retrógrado que otra cosa últimamente está cobrando sentido. Con ello no quiero decir que me vaya a comprar un carro y un burro y me vaya a ir a vivir a una granja sin luz, ni mucho menos, de hecho casi es una catástrofe para mí estar sin cobertura, pero cada vez me gusta más la idea de disfrutar más de las pequeñas cosas y de reducir las necesidades que nos creamos para dejar de ser esclavos de ellas.

Tras meses demasiados copados de obligaciones, me he regalado un descanso en un pequeño hotel al lado de un río. Es un lugar que me enamoró como se enamora una de verdad, a primera vista, intensamente. Es un lugar que destila paz y buenas energías.  Es uno de esos lugares en los que me veo pasando largas temporadas de retiro espiritual, en los que me siento más yo misma, en los que, incluso, me veo capaz de ponerme a escribir.

Una habitación cómoda pero sencilla, comida bio casera, el murmullo del río y un gato que de vez en cuando me adopta y se sienta en mis rodillas, no necesito mucho más para recuperar mi esencia.

Hablaba con el dueño del hotel, un joven emprendedor con una paz interior considerable que me explicaba cómo habían emprendido esa aventura de transformar el establecimiento en un remanso de paz más que en un negocio al uso en el que “cuanto más mejor” y cómo habían preferido reservarse días para disfrutar de la vida en vez de saturarse de trabajo.

No he podido más que sentir cierta envidia por el coraje, el valor de quien decide seguir su camino, quien decide simplificar la vida y ser más libre.

Tras conversaciones como ésa respiro e intento poner valor al menos para intentar perseguir ese sueño que me podría permitir tener esa vida sencilla que, al final, me parece mucho más viva, más auténtica que la que se va escapando entre la rutina en mi día a día.

2016/03/04

Previously, in Gata’s life…

Hoy, casi por azar, he vuelto a entrar en el blog, he tenido la necesidad de volver a él. 
Han pasado casi dos años de la última entrada y mentiría si dijera que he vuelto a escribir, en este u otro formato. Para mi desgracia diré que escribir estas cuatro letras se hace duro y difícil tras tanto tiempo sin redactar nada especialmente creativo.
He vuelto a leer aquella entrada que escribí el día que compré el billete para regresar a Barcelona. Dos años…qué rápido han pasado y que lejos veo todo aquello…
Cuántas cosas han pasado, cuántas personas he conocido, cuántas se fueron, cuántas se quedaron…
Tengo la sensación que cierro una etapa de transición, cual ritual, tras dos años.
De pronto vuelvo a antiguas aficiones que retomo y sano a la vez, me reencuentro con personas con quien tenía “pendientes” y otras que estaban y no había ni visto…

Me siento en el “resumen” de la temporada anterior de una serie, esos minutos que resumen toda una temporada antes de empezar otra nueva, totalmente nueva.  A ver qué tal será…
Sólo espero que esos "amores" que se retomaron, que se quedaron en mi vida, sigan aquí y que las palabras no vuelvan a abandonarme, o que yo no las abandone a ellas.
Palabra de Gata (levantando la patita a modo de juramento)

2014/04/22

Feliç Diada de Sant Jordi!!!!




Soy feliz, me he roto una pierna pero soy realmente feliz. Tras estar tantos años fuera de mi adorada Barcelona, vuelvo a estar aquí. Cambio de ciudad, de trabajo, de residencia, cambio de vida. Tras la lesión que me tiene desde hace un mes haciendo reposo, mañana empieza una nueva vida. Firmo el contrato de mi nuevo hogar, justo mañana, en un día más que catalán, todo un símbolo.

Por si eso fuera poco, por fin hay un acontecimiento alegre que marcará este día y borrará, por fin aquel otro recuerdo. Todo un símbolo.
Mañana no sólo firmo un contrato de arrendamiento, firmo el inicio de una nueva etapa y soy muy muy feliz.

En una conversación con un amigo salió que a ver cuándo firmo mi libro un Sant Jordi y tiene razón, llevo demasiado tiempo procrastinando todo lo que puedo esta novela por puro miedo. Pues voy a ponerle fecha: 23-04-2015.


Así que empieza la etapa de Gata escritora. Feliz Sant Jordi a todos!

2014/03/09

Billete de ida



*Este texto va dedicado a Madrid y a las personas maravillosas que he conocido y querido en estos casi seis años.

De nuevo el destino hace realidad mis sueños. Si hace casi seis años deseaba un puesto que me permitiera esa independencia y lo conseguía en Madrid, ahora, se cumple por fin mi deseo de volver a Barcelona.

Y aunque lo he deseado con todas mis fuerzas en muchas ocasiones y los regresos desde Barcelona a Madrid cada vez se me hacían más duros, ahora que ha llegado el momento, me cuesta decirle adiós a la que ha sido mi ciudad durante seis años.

Nunca me hubiera imaginado, cuando llegaba a Atocha pasada la medianoche sin que nadie me esperara y me sentía más sola que nunca, que rompería a llorar el día que comprara ese billete de ida Madrid/Puerta de Atocha – Barcelona/Sants. Pero así fue, al marcar el “solo ida” rompí a llorar, con la sensación de estar dejando, de estar cerrando.

Ese billete me lleva de nuevo a casa con los míos, junto a mi adorado Mediterráneo que tanto añoro pero me aleja de mi primera casa propia, la única que ha sido mía y de personas a las que quiero mucho y que han sido mi familia de “desplazada” durante seis años. Muchos de ellos, la mayoría “desplazados” de su lugar de origen como yo me han felicitado y les detecto en la mirada las ganas de volver a casa de nuevo.

La memoria es lo que tiene, que recuerda lo bueno y lo malo lo diluye.

¿Para qué dedicarle un minuto a esos momentos que ha habido o a esas personas que también las hubo que en algunos momentos hicieron más complicada mi estancia en Madrid? Sólo se me ocurre un motivo y es que esas situaciones y esas personas me han hecho crecer y dar pasos, me han puesto a prueba y han hecho que superara muchas cosas e incluso me superara a mi misma así que con el corazón, también agradezco aquello que no fue bueno.

Lo bueno me lo llevo en la caja de “frágil”. Me llevo los vinos después del trabajo, los desayunos, las noches de risas,  mil y una charlas rompiendo copas en la calle Barcelona, las noches de fiesta –baile yo o no baile- en Berlín Cabaret, las noches tranquilas en el mejor de los Museos,  las piscinas y las fabes,  los olivares y los microteatros, los días “del orgullo”, las aventuras y desventuras a lo Bradshaw, las “brujerías” energéticas, las sesiones en el Retiro y los pinchos de la Musa, las alitas de pollo y los mojitos tras un asalto, el tango y la salsa, los patines y los conciertos, los hammam y las meditaciones en el parque. Me llevo la acampada al Sol y el Día de Acción de Gracias, las jornadas gastronómicas brasileño-germanas. Me llevo...me llevo los años más intensos de mi vida.

Y los buenos...a los buenos, a mis tesoros de carne y hueso, me los llevo puestos, os llevo bien pegaditos al corazón como me traje a tantos otros cuando vine. Con vosotros he compartido esos momentos, los buenos y los malos y espero compartir esos momentos que han de venir. Con vosotros he crecido, madurado. Dos horas y media de AVE no son suficientes para que me olvide de aquellas personas maravillosas con las que tanto he compartido y, sin duda, no son suficientes para que os libréis de mí.

A esas personas que sois vosotros, a esta ciudad que es Madrid sólo quiero daros las gracias por estos grandes momentos, por tantas emociones, por estos años.

Y como se dice por aquí, nada de “adiós” sino “hasta luego”. Nos vemos pronto por aquí o por allá o por skype o como sea. Si una cosa aprendí con estos años lejos es que las amistades, las de verdad, como el amor que es, no entienden de distancias ni de tiempo.

Así pues, hasta luego Madrid.

2013/05/08

La I-secta y los smart esclavos


Como cada vez que descubro "la sopa de ajo", hoy pensé que no me podía ir a dormir sin contarle al mundo mi descubrimiento.

Así que aquí estoy, tras más de un mes sin pasearme por el tejado.

El caso es que hoy me fijé en que la mayoría de personas que iban en el autobús iban sentadas, mirando hacia abajo, concretamente, hacia su teléfono móvil.

¿Dónde quedaron los libros, la mirada perdida o a veces fija en el de delante? ¿Dónde quedaron esas cabezadas contra la ventana?

La dependencia a los teléfonos “smartphone” no es una novedad y, de hecho, este mismo tema salió en una conversación con una amiga hace poco y también apareció este tema en el blog en otra ocasión. Me sentí un poco “abuela cebolleta” diciendo aquello de “a dónde iremos a parar” pero en estos pocos días que llevo observando el fenómeno creo, definitivamente que los Iphones, Blackberrys y Androids nos han esclavizado.

No deja de ser más que significativa la postura que hace tomar a los esclavos, que como yo, nos hemos dejado seducir: cabeza baja, ojos algo entornados, totalmente centrados en esas pequeñas pantallas, una o dos manos ocupadas.

Si cambiáramos el teléfono por un rosario, cualquiera diría que los esclavizados usuarios estamos rezando y, dado el número de horas utilizadas, quién no tildaría de fanático religioso a alguien que se deja las cervicales durante horas “dándole” al rosario/teclado/pantalla?

Mi estudio sopaajense a continuado en el ascensor, de camino a la oficina. De las diez personas que íbamos en el ascensor, nueve íbamos mirando el teléfono, con la misma postura sumisa que antes. Esta vez, la imagen aún era más impactante, cabezas bajas de sujetos con trajes oscuros que se dirigen a un trabajo capitalista sin rechistar, sin mostrar emoción alguna. Mejor aún me pareció que de esos nueve teléfonos esclavistas seis eran iphones.

Recordé el anuncio de Scott para Apple en los ochenta, aquellas figuras grises alienadas y aquella chica rompiendo la pantalla.

Paradojas de la vida, son ahora los Iphones, Ipads, I-de-todo los que más esclavizan a sus usuarios, esos adeptos abnegados que tienen total devoción a la marca de la manzana mordida, ese mordisco que, como Adán han dado millones de personas seducidos por el carisma de Jobs, por la imagen de la marca, por un maravilloso equipo de marketing.

Este post es mi pequeño martillazo al I-fanatismo, a la smartphone dependencia y al fin del contacto visual en transportes públicos y ascensores. ¿Qué será de las conversaciones de ascensor ahora?

¿Dónde iremos a parar?

2013/03/27

La manta


Llegó a casa tras el duro día después de la tormenta. Se pasó todo el día ausente y con la mirada triste. Algún compañero de trabajo la miró algo extrañado sin atreverse a preguntar. Solamente la señora de la limpieza le dijo  “ norrmalmente te veo estresada, hoy te veo triste. Todo bien, hija?” a lo que Eva contestó con una sonrisa y un “sí, todo bien, más o menos”.
Salió temprano. No tenía la cabeza para estar un segundo más del necesario en la oficina.
En el autobús, camino de casa, miró por enésima vez el móvil con la esperanza de ver parpadear la luz lila que le indicara que tenía un mensaje. Pero la luz que parpadeaba en su teléfono era amarilla, color que avisaba de os mensajes de los grupos varios de whatsapp. De todas formas revisó sus mensajes. Tenía doce mensajes del grupo Cena solo chicas.
Guardó el teléfono en un bolsillo de su abrigo y su mirada se perdió entre los árboles de la calle. El camino hasta casa se le estaba haciendo eterno.
Mientras el autobús paraba en un semáforo, reparó en la glorieta acristalada de aire modernista que se distinguía majestuosa en el paseo.
Notó un nudo en la garganta y las lágrimas que se agolpaban por salir de sus ojos.
Allí había sido su primera cita para tomar un inocente café hacía unos meses. Lo recordaba como si hubiera sido ayer: la mesa en que se sentaron, lo que pidieron, lo que llevaban puesto...recordaba la conversación y las sonrisas.
Cerró los ojos con fuerza y casi se pasa su parada.
Al llegar a casa le abandonaron las fuerzas y el temple. Rompió a llorar en el descansillo, mientras abría la puerta. Le costó atinar con la llave en la cerradura.
Dejó el bolso y el abrigo en la cama y se fue al salón.
Los sollozos le dificultaban respirar. Agarró la manta de descansaba plegada sobre uno de los reposabrazos del sofá y la mordió para contener un grito sordo.
Entonces notó aquel olor a madera y sándalo que tan bien conocía y su llanto se volvió descontrolado.
Aquella manta los había cubierto, dos días antes, por la mañana, en aquel mismo sofá, donde apuraron los últimos minutos antes de salir corriendo para ir a trabajar. Aquella mañana se le había hecho especialmente duro salir de casa, moverse de su lado.
Aquella mañana había llegado risueña a la oficina, ajena a lo que sucedería al día siguiente. ¿Quién iba a pensar que, de un día para otro, todo iba a cambiar tanto?
Y entonces sucedió, sin esperarlo, como el visitante que se presenta en una casa sin previo aviso.
Lo que tenía que ser una conversación sin ninguna trascendencia sobre qué cenar aquella noche acabó siendo una discusión bastante enzarzada sobre los egoísmos de cada cual.
Cuando él llegó a casa el ambiente seguía caldeado y la discusión continuó en el piso.
Y, entonces se lo dijo, sin avisar. Le dijo que no la quería, que nunca la había querido.
Eva se quedó sin aire y boqueaba como un pez fuera del agua.
Apenas oyó como él se despedía y cerraba la puerta sin más explicación, sin más drama.
Recordando aquella escena las lágrimas corrieron por la cara de Eva y empezaron a empapar la manta que olía a él.
Se acurrucó en el sofá, entre sollozos y se durmió apretando contra sí fuertemente la manta y hundiendo la nariz en ella para inspirar aquel aroma que le recordaba a él.
Se durmió agotada, aferrada a los olores, aferrada, en sus sueños, a él.

2013/02/25

Jornadas de reflexión

Hay días que sirven para ordenar, la casa, las ideas o lo que haga falta. Generalmente caen en fin de semana, casi siempre en domingo y el frío o la lluvia suelen acompañarlos aunque, curiosamente siempre pillan a solas.
A mí, además, se suelen pillar en pija de felpa con animalitos, de los que mamá me regala por navidad, zapatillas peludas y pocas ganas de hacer algo productivo.
Entonces siento la necesidad imperiosa de limpiarlo todo, lo que sea, y se alterna, sincopada, con las ganas de perder el tiempo mirando las musarañas o pensando en cualquier cosa.
Momentos de silencios y mirada perdida, monólogos reflexivos o buceos por Internet para interesarme por la altura de Janet Leigh que, a veces, se ven interrumpidos por una idea genial, por una reflexión vital o una evidencia que antes no veía.
Esos días son peligrosos. En ellos se me han ocurrido las mejores y peores ideas y mi ánimo ha ido de lo más alto a lo más bajo cual noria de feria. Son días que siempre se acaban cargados de decisiones.
Supongo que así deberían ser los días de reflexión anteriores a unas elecciones. ¿Qué decisión ha de ser más importante que elegir a quien ha de gobernar un país?
Por supuesto la pregunta va cargada con toda la ironía del mundo, viendo como está el patio.
El caso es que hoy fue una de esos días de reflexivos para mí.
Como en otras ocasiones, el resultado fue una casa más limpia, un malcomer sostenido todo el día y mucho, mucho que hacer para llegar a ese fin que últimamente veo más claro.
De un tiempo a esta parte, todo el mundo me dice que brillo cuando hablo de mi proyecto, que se me nota el entusiasmo y la felicidad. Hoy, más que nunca, creo en ese proyecto, en ese objetivo y en estar en el camino. Quizás sí se estén conectando los “Dots” como decía Jobs.

2012/10/19

Dedicado a ellas, a todas las que sufrieron un cáncer de mama

Ahí va un fragmento de una de mis novelas esbozadas, para vosotras:
A Alicia le costó levantarse cuando sonó el despertador. Se le hacía dura la vuelta al  trabajo tras tantos meses de ausencia. Por un lado le apetecía volver a tener el tiempo ocupado en algo más que en leer y tejer y le urgía sentirse útil en vez de una carga, pero, por otro, no quería explicar una y mil veces cómo había ido la operación, cómo se encontraba, las bromas sobre su pelo, todavía muy corto, y le aterraba la idea de que la trataran como una enferma desvalida.
Ella no era de esas mujeres a las que les gusta que los hombres las cuiden, tampoco de las que les da miedo cualquier cosa ni de las que se dejan ayudar. No era una mujer débil.
Se duchó, se vistió con unos tejanos y con uno de los jerseys enormes de lana que se había hecho durante su baja, metió en su mochila la fiambrera con la comida y salió por la puerta.
No fue en bicicleta a la comisaría como antes, sino en metro. El médico le había dicho que hasta el siguiente control, como mínimo, no le darían permiso para hacer ningún tipo de esfuerzo físico.
–Aún gracias que te dejamos volver al cuerpo tan pronto –le había dicho el doctor Rubio cuando intentó replicar.
Le fastidiaba ir en transporte público. No le gustaba esperar a que llegara el metro, ni ir apretujada en un vagón
Dos metros y un transbordo después llegaba a la parada que estaba a un par de esquinas de la comisaría. Recorrió los escasos doscientos metros sin prisa, aunque algo nerviosa. Cuando llegó a la puerta, respiró hondo y entró.
Joan, el mosso encargado del escáner se sorprendió al verla y se levantó para saludarla.
–¡Dichosos los ojos que te ven! –dijo mientras cruzaba el arco de seguridad.
–Hola Joan, ¿qué tal va todo? ¿Cómo va esa rodilla? –respondió Alicia dándole dos besos.
–Pues aquí me tienes, mirando las “intimidades” de la gente -contestó Joan mientras pegaba un ojo al monitor del escáner–. Por cierto, qué sana te veo, que te traes la comida. ¿Te has quitado de las hamburguesas dobles y de la fritanga de la Charito? ¿cuidando la figura?
–Hay que ahorrar, ya sabes  –mintió Alicia para evitar dar explicaciones.
–Ay, mierda de crisis tú, al final pagaremos por venir a trabajar, je. Bueno Ali, que vaya bien el primer día.
–Gracias Joan –cogió y se dispuso a ir hacia el ascensor.
Antes de pulsar el botón, oyó como Joan le decía:
–¿Pero tú ya estás bien verdad?
–Sí Joan, estoy bien –contestó mientras le dedicaba una mirada y una sonrisa.
Cuando el ascensor abrió las puertas en la segunda planta le invadió el olor familiar a café que llegaba desde el office. El conocido run run de las impresoras en el pasillo central, la constatación de que los cubículos seguían alineados formando una trama casi perfecta, y la visión del despacho de Peix al fondo, le confirmaron que nada parecía haber cambiado.
Aún no había llegado nadie, tal y como ella deseaba para poder organizar su mesa tranquilamente y tomarse un té antes del ajetreo laboral.
Fue hacia la que había sido su mesa. Estaba enterrada bajo cajas de papel y su silla había desaparecido.
Respiró profundamente. Oyó un rumor a su espalda. Peix estaba hablando por teléfono en su despacho.  Se le intuía tras el cristal biselado.
Esperó a que colgara el teléfono y fue para allá. Le sudaban las manos.
Picó en el cristal y esperó a que Peix levantara la cabeza para decir:
–¿Se puede?
–¡Qué madrugadora! Bienvenida. ¿Cómo te encuentras? –su jefe mientras se levantaba para saludarla.
–Sí, hola, estoy bien, gracias, con ganas de trabajar de nuevo. Bueno, vi que mi sitio está algo lleno pero...
–Sí, sí, es verdad, tenemos esto hecho un desastre, aunque creo que estarás mejor en la mesa de Moreno, que se jubiló hace un par de semanas. Así tendrás más luz, estarás más cómoda  –le dijo Peix, casi sin respirar. Así hablaba siempre, encadenando ideas sin dejar casi espacio de réplica a su interlocutor.
Alicia pensó que su jefe estaba más amable de lo normal, pero no tenía claro si era por que se alegraba de verla o por compasión. Prefirió no pensarlo.
Se hizo un silencio un tanto embarazoso que Alicia rompió preguntando por varios de sus antiguos casos, después por la fiesta de jubilación de Moreno, por los últimos cotilleos, por los recortes, etc.
Finalmente, la conversación giró hacia su enfermedad, la operación, los tratamientos. Al explicarlo se sintió más cómoda de lo que esperaba e incluso bromeó con su corte de pelo de marine.
–Sí, ¿a que parezco la teniente O’Neil? –dijo mientras se pasaba la mano por la cabeza.
Se empezó a oír cómo llegaban los demás agentes.
Peix la rodeó por los hombros en un gesto que ni de lejos le pareció normal y la llevó hacia fuera del despacho.
–Chicos, mirad quién ha vuelto –dijo alzando la voz y consiguiendo que todos se giraran hacia ellos.
Alicia se sentía como la niña nueva del colegio.
Uno por uno, todos sus compañeros la saludaron, le preguntaron, bromearon con su pelo, le dijeron que la veían más delgada, tal y como había supuesto.
A media mañana, aún no había conseguido instalarse en su nueva mesa.
Finalmente, tras el desayuno, se sentó en la que había sido la silla de Moreno y pensó que por fin, había vuelto. Lo había conseguido.
Lejos quedaban ya las consultas médicas, las pruebas, el diagnóstico, la operación, la quimioterapia, la búsqueda de alternativas fuera de la medicina convencional y la lucha del día a día sin planificar más allá de las veinticuatro horas siguientes.
Mientras se perdía en esos pensamientos mirando por la ventana, se acercó Peix por la espalda, silencioso, como siempre.
¿Qué te parece si te pongo un poco al día? Ven a mi despacho y hablamos un poco. Hay mucho que hacer, bueno, pero sin estresarse, eh? –y con una señal le indicó que lo siguiera.
Había dado un respingo y se giró bruscamente al oír la voz de Peix. Escuchó lo que le decía sin decir palabra, y después lo siguió  unos pasos por detrás pensando que, o bien unos extraterrestres pacifistas habían abducido a su jefe durante aquellos meses de ausencia o definitivamente la compadecía.
Al llegar al despacho se encontró con que había alguien esperándoles.
Se trataba de Daniel Mayo, el que fuera compañero de Moreno hasta su jubilación.
Alicia no había trabajado nunca con él y apenas había cruzado una docena de palabras.  Tenía fama de tranquilo y frío, algo que chocaba con su aspecto de luchador de metro noventa. Por lo demás, lo poco que sabía de él, eran rumores. Había quien decía que era de una secta, otros que era un tipo raro que tiraba las cartas del tarot, que bailaba tango y algunos de la vieja escuela aducían que tanta calma y tanto músculo combinados sólo podían significar que fuera homosexual.
Mayo y Moreno eran famosos por llevar entre manos casos de larga duración, aquéllos que tenían muchos números de ser archivados, que ponían a prueba la paciencia de cualquiera.
Peix no dio tiempo a saludos y empezó su discurso mientras se dirigía a su mesa:
–Después del repentino cambio de unidad de Xavi y luego tu enfermedad, los casos que vosotros llevabais se los quedaron mayoritariamente Moreno y Mayo. La mayoría quedaron resueltos y alguno, se archivó. Prefiero que empieces con algún tema que esté en marcha que con algún caso desde cero. Además Mayo necesita un nuevo compañero y, hasta que llegue la nueva remesa de cachorros con ganas de ser Perry Mason no os puedo garantizar ni a ti ni a él a nadie más de refuerzo y, como están las cosas, quién sabe cuando entrarán los recursos.  Creo que os irá bien como equipo.  Ali es muy metódica, nada que ver con el caótico Moreno y Mayo es muy tranquilo y en tu estado... –.
Alicia luchaba con todas sus fuerzas con las irrefrenables ganas de contestarle a su jefe y dejarle claro que no era ninguna impedida. Hasta entonces nunca la había llamado por la abreviatura de su nombre, siempre por el nombre y, cuando estaba de malas, por su apellido, Quart.
Daniel, simplemente asentía con ligeros movimientos de cabeza y parpadeos.
–Mayo, pásale toda la documentación para que se ponga al día cuanto antes. Tienes mucho que leer y clasificar, Ali. Vas a estar entretenida, eh. –siguió diciendo Peix.
¿Por qué caso crees que es mejor que empecemos? –preguntó Daniel sin mirar a su nueva compañera.
–Por el 2538...o mejor no, que hay demasiados informes forenses y en tu estado...
Alicia no pudo seguir con aquella humillación constante. Era mejor dejar las cosas claras o su vuelta al trabajo iba a ser una pesadilla de conversaciones azucaradas.
–Peix, no estoy embarazada, no soy una impedida, solamente he estado enferma y me han dado el alta, nada más. Es cierto que, por el momento, no podré levantar el garrafón de agua del office en un tiempo o correr una maratón pero por lo demás estoy bien, de verdad así que, por favor, deja de compadecerme. Tengo ganas de ponerme a trabajar y entrar en la dinámica del día a día. Te agradezco que quieras protegerme pero, en serio, estoy bien –y decidió callarse antes de decirle algo poco apropiado a Peix.
Peix la miró un tanto desconcertado, como si realmente hubiera pensado que la enfermedad hubiera transformado a la inspectora Alicia Quart en una doncella desvalida. Después ladeó una sonrisa y prosiguió.
–Bueeeeno, mujer, no te pongas así, si sabes que lo único que queremos todos es que te sientas a gusto aquí, anda, ves a por un café y luego os ponéis a trabajar, ¿de acuerdo? Y si te apetece ponerte con el caso más sangriento, pues como tú veas. Anda, va, no te enfades, luego hablamos.
Alicia salió del despacho con la sensación de haber perdido mucho más de lo que pensaba con su enfermedad: habían perdido la confianza en su profesionalidad.
Daniel se dispuso a salir del despacho pero Peix lo llamó para que se quedara. Tenían que tratar algunos temas más.
Intentó controlar su ira y fue hacia el office a prepararse un té.
Se alegró al ver que no había nadie y que podría tomarse la infusión sin hablar con nadie.
Sacó del armario su taza con el dibujo de un tepui.
–Quién pudiera volverse a perder en la Gran Sabana –dijo sin darse cuenta que hablaba sola, una mala costumbre que había adquirido de sus eternos días sola en casa.
Su cabeza se alejó de la comisaría, de Barcelona, de Europa, del ruido y se perdió entre las nubes que se concentraban al atardecer entre aquellas mesetas agrestes del corazón de Venezuela y le humedecían el rostro mientras escalaba.
Pasaron algunos minutos hasta que recordó lo que le habían repetido una y otra vez en las clases de meditación: los recuerdos no están para rememorarlos una y otra vez, sólo son pasado.
Se llevó su taza a la mesa y abrió el expediente que le recomendaron que no mirara en “su estado”: el 2538.
[...]
Alicia dejó de leer. Recordaba muy bien aquellos días del crudo invierno de hacía un año en los que había comenzado todo a desmoronarse. El aborto, el final de aquella extraña historia con Xavi, las primeras molestias y, finalmente, el cáncer.
–Alicia, ¿te bajas a comer a La Charito? Debes haber añorado sus croquetas, venga va, que te esperamos –dijo Agustín a voces.
­–Hoy no Agus, me traje comida, gracias. –respondió Ali mientras aparcaba sus recuerdos.
–No me puedo creer! ¿Has aprendido a cocinar?
Alicia se encogió de hombros y ladeó la cabeza como única respuesta.
–Pues, nada, tú te lo pierdes.
Mientras acababa de comer en el office apareció Peix. Al menos parecía que su jefe no había perdido la mala costumbre de molestarla mientras comía.
¿Qué cómo va el primer día? Dani se ha ido para otro asunto que lleva de una banda de robo de coches, bueno que lleváis juntos, ya te contará. Oye Alicia, como hoy es el primer día, por qué no te vas a casa cuando acabes de comer. Seguro que debes estar cansada.
Le apeteció pegarle cuatro gritos a Peix para que dejara de tratarla como una inútil pero prefirió ver lo positivo de aquella protección, sonreír y darle las gracias.
Ya había tenido suficiente dosis de vuelta a la realidad por un día y no le haría mal pegarse una buena siesta a la salud de su jefe. Recogió sus cosas y se fue a casa.
Al abrir la puerta notó todo el cansancio y los nervios acumulados durante el día.
Fue directa al dormitorio. Dejó las cosas sobre una silla y se desvistió. Tenía ganas de sacarse el sujetador ortopédico. Aún no se había acostumbrado a él.
Se desvistió. El espejo de pie le devolvió su imagen en ropa interior. Desabrochó el cierre del sostén y lo dejó caer. Sabía que tenía que mirarse cada día en el espejo para aceptar su amputación, como le habían repetido una y otra vez en el grupo de apoyo, pero cuando se veía la cicatriz donde antes estaba su pecho izquierdo las lágrimas brotaban de sus ojos sin freno posible. Se puso un camisón y se metió en la cama, acurrucada, con los brazos cruzados y una mano sobre su cicatriz. Lloró, como lloraba cada día, hasta que el sueño venció a las lágrimas

2012/10/15

Morriña de lunes de otoño

El otoño me sienta mal, tan mal como perder el poco bronceado que me quedaba. Me veo pocha en el espejo, como un árbol que amarillea.
Será por eso que en un año de demasiados “adiós”, la morriña hace mella en mi ánimo con más facilidad.
Bastaron tres conversaciones para que hoy añore con toda mi alma el olor a sal.
Sería muy injusto decir que mi humor de otoño  es culpa de Madrid y más aún no valorar a mi “familia” elegida en la capital que están ahí y a los que quiero mucho. Tampoco sería justo menospreciar la vida de las calles madrileñas, los parques, los museos y los contrastes de lo castizo con las protestas, del rancio abolengo con los barrios más pintorescos.
Como todos los sentimientos, son cosa de uno mismo. Y yo hoy añoro “casa” y ese hogar,  esa una combinación extraña de espacio, costumbres y, sobretodo, de personas.
Hoy noto la soledad de las ciudades de paso, de los que se fueron porque estaban por un tiempo aunque para mi sean para siempre, de las épocas mejores o quizás, idealizadas.
Hay noches que el silencio de casa, solamente roto por el rum-rum de la lavadora a lo lejos y las teclas del ordenador bajo mis dedos, hace eco en mi pecho.
Hoy es uno de esos días.

El baño de lágrimas

Habían pasado quince años desde que entró por última vez en aquel vestuario. La sensación era extraña, de familiaridad y lejanía al tiempo. Lo recordaba más grande, como suele suceder cuando los lugares se fijan en los recuerdos.
Hacía el mismo olor a humedad, reinaba el mismo desorden y alboroto que antaño pero ella ya no pertenecía a él. Se sentía en cierta manera, una intrusa que se colaba en un mundo que ya no era el suyo.
La entrenadora de su hija le dedicó un saludo con la cabeza que hizo que reaccionara. Se había olvidado por completo que llevaba a su hija de ocho años de la mano. Se giró hacia la niña que la miraba sin saber muy bien qué hacer y le indicó que fuera junto a las demás niñas del equipo que se agolpaban alrededor de la entrenadora.
Aprovechó para ir al servicio. También hacía quince años que no entraba en él.
Sentada en el inodoro volvieron a su memoria los recuerdos más dolorosos que había vivido justamente en aquel baño.
Fue su último día. Perdió un combate y quedó eliminada en primera ronda. Salió de la pista, corrió hasta el vestuario y se encerró en aquel baño. No quería que la vieran llorar de rabia, de impotencia. Entre lágrimas decidió que había llegado la hora de dejarlo. Ya no se lo pasaba bien, competir ya no era un juego sino una obligación.
Recordaba haber abierto la puerta con los ojos todavía rojos y una decisión tomada, haberse duchado y cerrado la puerta  a una etapa de su vida.
Desde entonces no había pisado un tatami, ni se había puesto un kimono, ni había vuelto a aquel vestuario.
Salió y se encontró a su hija lista para salir, sentada en uno de los bancos. La acompañó hasta la pista, le dio un beso y se fue hacia las gradas, aunque su cabeza seguía en aquel baño de azulejos minúsculos en el que su sueño había terminado.

2012/10/09

La desmitificación del abrazo

Una de mis pinturas de Klimt favorita  es “La satisfacción” o también conocido como “El abrazo” . Antes de que fuera el pintor puesto de moda por Julia Roberts en “Elegir un amor” sus cuadros mosaicados me sedujeron. Si bien “El beso” representa la delicadeza , la pasión y la sensación de protección que me transmitía su Abrazo me parecía mucho superior.  En esa pintura la cara de ella está relajada, con esa sonrisa que se intuye tras la espalda de él, un “él” cualquiera, sin rostro.
Me gusta abrazar, ya lo he dicho más de una vez en este blog. Me gusta la sensación de demostrar cariño, apoyo, comprensión. No son como los besos, de saludo, de cariño, de pasión, que pueden ser verdaderos, o no. La sinceridad de un abrazo es otra cosa. Me gusta sentirme arropada, el placer de sentirme arropada en los brazos de alguien, el tacto de mis manos en la espalda de la otra persona. Que nadie se engañe, no abrazo a cualquiera, ni todos se los merecen ni todos serían bien recibidos, de ahí la grandeza de su valor.
Tras una conversación hoy me plantee qué es lo que me hacía apreciar más los abrazos que los besos: ¿protección? ¿inseguridad? ¿necesidad de posesión? ¿sentimiento protector? ¿empatía? Es más acabé planteándome por qué esa necesidad de abrazos de las mujeres tras hacer el amor. ¿Dependencia? ¿Soledad? ¿Enamoramiento? ¿Baja autoestima?
Así que me armé de la mejor de las armas para saciar la curiosidad, google, y busqué el origen de los abrazos, el por qué de los mismos y el por qué más en las mujeres.
Descubrí que los abrazos son una potentísima forma de comunicar, que producían beneficios tanto en quienes los recibían como quienes los daban. Me enteré de su poder, incluso, para retrasar el envejecimiento. Ahí dejo un artículo para quien quiera extenderse “Beneficios del abrazo”.
No contenta con eso, seguí con la parte B de la investigación: por qué las mujeres quieren abrazos tras una relación sexual. El motivo encontrado en varios artículos apunta, parece ser, a una razón puramente hormonal, lejos de cualquier razón psicológica. La culpable, parece ser, no es otra más que la oxitocina, que es mucho más que la hormona propiciatoria del parto.
Resulta que esta hormona, que se segrega en circunstancias amatorias también se segrega cuando nos abrazamos. Tras el acto sexual, las mujeres necesitan esa dosis “extra” de oxitocina mientras que los varones ven compensada o anulada esa necesidad por la testosterona. En resumen, que si una mujer quiere mimos tras una escena de pasión no es que necesite amor (o no solamente eso) y si un hombre no abraza a la fémina que está a su lado tras el éxtasis no es que no le guste, es que su cuerpo está por otras cosas.
Curiosa, la hormona esta.
Siguiendo con mis ansias de conocimiento abracil oxitocil, me he encontrado con otro artículo en el que se habla de la empatía, la confianza y la oxitocina.
Parece ser que aquellas personas que segregan más cantidades de oxitocina son más empáticas que las otras y tienen tendencia a ser más confiados, entendiendo esto como que son más dados a expresar lo que sienten. Se ha llegado incluso a considerar que los psicópatas tienen niveles muy bajos de dicha substancia. ¿Qué supone esto? Que una persona empática dará más abrazos y, a su vez, necesitará más de ellos.
Así que la conclusión es muy clara, adiós al romanticismo del abrazo, al poético cuadro de Klimt o a la preciosa escultura de Rodin. Tras palabras tan hermosas como abrazo, empatía y confianza, en gran medida, simplemente C43H66N12O12S2

2012/10/03

Pasiones en el trastero


La sensación de separación más o menos traumática por culpa de las circunstancias. Un punto y a parte, un adiós que en su día creyó definitivo.

No fue fácil cerrar la puerta y dejar atrás los buenos momentos, las alegrías, las risas y la intensidad. Los momentos más complejos, a ésos, fue fácil darles carpetazo. Quedó una espina y los buenos recuerdos, los minutos de realidad distorsionada por el tiempo.

Pasaron años y pasiones y otros momentos parecidos al dejar atrás esos otros amores.

Cada una de ellas le dejaba esas imágenes en la retina, en el corazón y alguna que otra herida que se resentía cuando iba a llover o cuando sonaba la canción apropiada.

Cosas de la vida.

Aquellas pasiones quedaban en la trastienda de su memoria, cuidadosamente empaquetadas.

Hacía algunos meses que le rondaba por la cabeza desempolvar una de ellas.

Aquella mañana de domingo se levantó y fue al trastero. Le costó un rato localizar la bolsa. Por fin, la encontró llena de polvo. Sacó un guante, un pasante y, por fin, su espada con la hoja protegida. La desenfundó y reconoció el ruido del acero que se deslizaba contra el plástico.

Agarró el puño anatómico y contempló el brillo de la cazoleta. Olió el metal, aquel perfume salado y frío que le recordaba viejas aventuras. Besó la cazoleta.

Estaban juntos de nuevo. Sonrió.

Salió del trastero empuñando su espada y la bolsa con el resto de su equipación al hombro. Apagó la luz, como si aquellos años no hubieran pasado y se dispusiera a tirar un nuevo asalto, aunque el contrincante, esta vez, fuera su propio destino.

2012/09/25

A un día de 36, reflexiones y listas

Últimamente me doy cuenta que mi vida está llena de listas, objetivos, revisiones e iteraciones. Quizás porque mi mundo laboral me ha llevado a derroteros Agile me siento como el que se rompe un brazo y ve por todo escayolas o la embarazada que ve embarazadas. Pues yo veo listas: de tareas de la casa, de la compra, de cosas a escribir, de cosas que leer, revisiones de esto, revisiones de aquello. Listas priorizadas, cosas a hacer tachadas tras su finalización.

Una de mis listas favoritas es la de objetivos del curso, ésa que me hago en septiembre, tras las vacaciones o en mi cumpleaños. En ella está aquello en lo que me quiero centrar ese año lectivo. Lo mismo pasa con la revisión anual septembrina. ¿Qué tal fue el año? ¿Qué mejorar?

Pues bien, estaba revisando los posts cumpleañeros publicados en años anteriores y he visto algún que otro objetivo, sensaciones y recuerdos para los que quiero y para los que simplemente, se fueron de mi vida.

Me ha parecido muy apropiada esta última parte ya que este ha sido un año de despedidas, algunas de ellas muy duras. Hoy, en unas horas será el último adiós de este curso, triste regalo de cumpleaños.
También faltarán algunas llamadas, para siempre.

Si una cosa aprendí este año es que se ha de disfrutar de los momentos, de los pequeños espacios de tiempo que compartimos con las personas, que dejar para otro día algo, que no decir algo bonito toca, que pensar aquello de “ya lo haremos”, que temperar la intensidad de las sensaciones pueden suponer que nunca compartamos ese instante.

En definitiva, un carpe diem personal.

En uno de esos posts recordaba la felicitación de alguien que se fue para siempre este año y de quien ni siquiera pude despedirme. Me decía "No pierdas ni un solo minuto en no ser feliz". Pues bien, añadiría a esta frase “ni en quien no te hace sentir bien”.

Mejor aún, haciendo caso de los consejos de coacher, positivaría la frase:

“Se feliz cada minuto y compártelos con quien merece la pena”.

Definitivamente me parece un buen propósito para este año. Lo apunto como el primero de la lista.

2012/08/26

Una "princess" por una sonrisa


Por fin, tras una caminata de varias horas por un sendero flanqueado por campos de arroz y maleza, llegamos al poblado Toraja en el que íbamos a dormir aquella noche.

El único paso que comunicaba la pequeña aldea con el mundo era un puente hecho de leños irregulares que se alzaba a varios metros sobre un riachuelo tan estrecho que no podían pasar dos personas a la vez. Me sentí una gimnasta sobre la barra de equilibrios dando aquellos cuatro o cinco pasos escasos que me adentraban en el mundo Toraja.

Nos esperaban. Nos habían preparado té y los niños se acercaban a nosotros repitiendo ‘bombón, bombón”.

El guía, seguido de dos mujeres que carreteaban un par de enormes teteras nos condujo hacia un camino escarpado al otro lado del pueblo que llevaba a un claro de vistas inmejorables para ver la puesta de Sol.

Mientras el grupo se sentaba en las esteras que habían dispuesto en el suelo, yo preferí dar una vuelta de reconocimiento por el pueblo y dedicarme un rato de soledad para poner en orden mis impresiones del día.

Finalmente, me senté en una construcción de madera, una especie de tarima alzada con un techo en forma de barco, característico de la zona. Saqué mi diario de viaje y un bolígrafo de la mochila mientras me observaban, a cierta distancia, algunos niños.

Me puse a escribir y se organizó un gran revuelo a mi alrededor. Los niños se acercaron a mí  y empezaron a mirar cómo garabateaba en mi diario algo que era evidente que no entendían. También se acercó algún adulto que me sonreía sin poder apartar la vista de mi mano izquierda cogiendo el bolígrafo con la gracia característica de una zurda que enrosca la mano para escribir.

Con gestos y dos palabras escasas en inglés, algunos me mostraban su sorpresa al ver que escribía y, más aún que lo hacía con la otra mano.

El grupo a mi alrededor era cada vez era más numeroso y estaba más cerca de mí, tanto que algunos niños se asomaban tras mi espalda mientras otros tocaban tímidamente las letras que acababa de escribir como si quisieran notar el relieve sobre el papel.

Me sentí desconcertada y algo triste.

Aquella reacción no era de un pueblo escolarizado, como nos había asegurado el guía sino de personas que no habían visto escribir a nadie en su vida o, al menos, no con fluidez.

Justo frente a mí había un niño de cinco años escasos, enormes ojos almendrados, pelo cortado a trasquilones, con la nariz llena de mocos secos y una camiseta que en otro tiempo debió ser verde que me miraba como si yo fuera una extraterrestre mientras se chupaba tres dedos de la mano cual chupa-chups.

Pasé una página de mi diario y empecé a dibujar su retrato en una hoja en blanco. Se empezaron a oír risas a mi alrededor y las caras de sorpresa pasaron a ser sonrisas.

El grupo se cerró aún más sobre mí y algunos llamaban a los que pasaban por la calle para que se acercaran a ver.

Cuando acabé el dibujo le pregunté el nombre en inglés sin éxito, después con señas hasta que una de las niñas más mayores me deletreó su nombre. Arranqué la hoja y se lo regalé. Sonrió dejando ver sus encías sin dientes , lo cogió con sus deditos chupeteados y se lo enseñó a los otros.

Tras aquel dibujo hice otro, y otro. Me pedían que les dibujara flores y princesas. “Princess, princess!”. Cada vez, mi “traductora” me deletreaba el nombre. Pensé que las princesas estaban de moda en cualquier parte del mundo.

Finalmente, le hice uno a ella, a mi traductora, que, aunque debía tener unos trece años pidió una princess como los demás. Al acabarlo le pedí que fuera ella quien escribiera su nombre.

Agarró el bolígrafo con la mano derecha y escribió en letra de palo y con dificultad su nombre. Se llamaba Nadia.

Me entristeció terriblemente confirmar mis sospechas de que la educación que recibían aquellos niños no era, ni de lejos, la que deberían.

Se me encogió el corazón aún más.

Seguí haciendo un dibujo tras otro hasta que se puso el Sol definitivamente y no quedó luz para más.

Volví junto al grupo. Me preguntaron qué había hecho todo ese rato.

-        He estado dibujando – contesté.

Entonces me contaron que habían visto a los niños sonriendo y comparando unos dibujos hechos en pequeñas hojas de papel y que no sabían de dónde habían salido.

No pude más que sonreír yo también y sentirme bien por haber podido ser parte de sus juegos, aunque sólo fuera por un rato.

2012/08/25

Makasiiiii! Sama - Samaaaaa!!!!

El resultado del viaje se ha visto bastante ensombrecido por el mal hacer de Ambar Viajes. Aún así, muchos de los objetivos que me planteé se han cumplido así que, en conclusión, fue una gran experiencia.

Resultados:
1. Desconectar del trabajo y de la rutina en general: URGENTE
Conseguido. No hay como ir de un lado para otro todo el día como para no acordarse de nada. Nota importante: al llegar a casa he tenido que pensar en qué piso vivo.
2. Ser yo, sentirme yo, sin alteraciones “contaminaciones” externas. Evitar comerme el tarro
No del todo. Demasiadas horas de autobús y algún que otro problemilla con la agencia no han dejado que pasara al modo “gata tranquila” que quería.
3. Recuperar la perspectiva de humanidad que me da siempre alejarme tantos kilómetros y, sobretodo tanto “en general” de la sociedad en la que vivo.
Sí. Los niños de nuevo y las gentes sencillas y lo dura que es la vida en según que partes de la tierra me han devuelto la perspectiva. Si todo lo que necesito en 21 días cabe en una mochila, ¿para qué tengo tantas cosas en el armario?
4. No mirar facebook, ni twitter, ni gmail, no hotmail, ni ná salvo para poner lo bien que estoy.
Más o menos. Algo he mirado, pero más bien poco.
5. Estar sin móvil, sin cobertura, sin msn y chin ná, sin que me importe;
Sí salvo cuando tenía wifi. Quizás estoy algo enganchadita a mi smartphone, vaaale. He de decir que me pidieron el twitter varios lugareños, incluso en un entierro en la tierra Toraja.
6. No comer guarreridas ni beber demasiado (propósito Britget Jones)
Me he matado a cerveza Bintang, lo reconozco. No ha habido un solo día que no cayera mínimo una :-(
7. Aprender de otras culturas;
Añado a aprender otro verbo “sorprender”. Indonesia es un país multicultural, donde cada isla es un mundo con una o varias lenguas y diferente religión. La paz balinesa engancha y algunas etnias con costumbres sorprendentes y menos contaminadas me han dejado ojiplática.
8. Ver un volcán en activo, todo un sueño.
Si!!!! Vi dos, el Bromo y el Ijen. Este último estaba en erupción “controlada”. Al bajar hacia el cráter (un poco solamente) se notaba el calor que desprendía. Toda una experiencia.
9. Probar comidas exóticas, muy, muy exóticas
Sí. Las frutas de nombres impronunciables y de sabores extraños (por ejemplo una con aspecto de pera que cuando la abres tiene textura de coco y cuando la comes sabe a melón). Los salak en cantidades industriales, el arroz rojo hecho en bambú y, sobre todo, las udan goreng y cumi goreng, es decir gambas y calamares rebozados.
10. Padecer el síndrome de Stendhal y llorar ante la contemplación de la belleza;
Aunque no fue tan brutal como otras veces,  ver una tortuguita de menos de 5 cm ir hacia el mar hasta meterse en ese océano fiero al atardecer lo consiguieron.
11. Sentirme viva y feliz;
Sí, a ratos, aunque gracias a Ambar viajes, la experiencia no ha sido tan buena como debiera.
12. Conocer gente interesante;
Si, la gente del grupo y a algunos lugareños: A Danson el guía de Borneo, Andi, Susan. Sorprendente la combinación de tradiciones y modernidad que hay allí.
13. Escribir algo, aunque sea poco, sin que sea fruto de la rutina, el estrés, la tristeza, la decepción y los malos rollos;
Poquito en mi diario de viaje. En autobús no puedo escribir y llegaba tana agotada cada noche que no escribía, eso sí, dibujé para los niños del poblado Toraja, pero eso se merece otro post.
14. Ver orangutanes libres y las tortugas en la playa. Y si los pudiera tocar y si  me pudiera comunicar con ellos. Me da algo.
Si, los vi y toqué tortugas. Los orangutanes, o personas de la selva, posaban para nosotros, literalmente. Pequeños grandes momentos.
15. Estar en una playa balinesa con el único sonido de las olas de fondo.
Lamentablemente sólo desde el hotel. Es triste pero no ha habido tiempo de playa.
6. Ir hecha un asco todo el día y que me de igual.
Conseguidísimo, fui hecha una mierda y sin duchar varios días. Me importó lo justo.
17. Llevar la sonrisa pintada todo el día.
Solamente a ratos, la organización lamentable de Ambar Viajes me la ha borrado en más de una ocasión.
18. No machacarme el tobillo;
Conseguido. Muy orgullosa.
19. Que el tiempo me importe tan poco que no exista el reloj. Recuperar mis biorritmos;
Fui sin reloj y me importó lo justo la hora que era. En un país cuyo idioma no tiene tiempos verbales y los adverbios son relativos ha sido fácil.
20. Salir de fiesta con surferos australianos (diga-li tonta ;-) );
Noooo. Tendré que ir a Australia para eso, es una realidad.
21. Mantener mi peso y ponerme algo más fuerte a golpe de trekking y arroz
No se yo...la cerveza Bintang creo que ha hecho estragos...

2012/08/01

10.000 km de nuevo, de huida, de encuentro

Dicen algunos estudios que 21 días son los que se necesitan para adquirir un hábito. 21 días yendo al gimnasio, comiendo sano, días fumando,  días bebiendo...Incluso la periodista Adela Úcar hizo del mito del 21 un programa de considerable éxito en que se dedicaba a ser anoréxica, indigente o alcohólica esa cantidad de días.
En unos días me voy 21 días a Indonesia y espero que sean suficientes para que estar relajada se convierta en un hábito. Espero que los sonidos de la selva, las playas y los volcanes me devuelvan las energías que he ido agotando a lo largo de este año.
Como cada vez que me escapo a más de 10.000 km me planteo los 21 propósitos para el viaje. De pequeña me encantaba mirar los catálogos de las agencias, llenos de fotos de países exóticos. Siempre me fascinaron las bailrinas balinesas con sus largas uñas entre las páginas de un catálogo de Iberojet.
Mi imaginación de ocho años no llegaba tan lejos como para pensar cómo serían esos países, para mí eran otro planeta.
Así que hoy me planteo mis 21 propósitos para estos 10.000 km:
1. Desconectar del trabajo y de la rutina en general: URGENTE
2. Ser yo, sentirme yo, sin alteraciones “contaminaciones” externas. Evitar comerme el tarro
3. Recuperar la perspectiva de humanidad que me da siempre alejarme tantos kilómetros y, sobretodo tanto “en general” de la sociedad en la que vivo.
4. No mirar facebook, ni twitter, ni gmail, no hotmail, ni salvo para poner lo bien que estoy.
5. Estar sin móvil, sin cobertura, sin msn y chin , sin que me importe;
6. No comer guarreridas ni beber demasiado (propósito Britget Jones)
7. Aprender de otras culturas;
8. Ver un volcán en activo, todo un sueño.
9. Probar comidas exóticas, muy, muy exóticas
10. Padecer el síndrome de Stendhal y llorar ante la contemplación de la belleza;
11. Sentirme viva y feliz;
12. Conocer gente interesante;
13. Escribir algo, aunque sea poco, sin que sea fruto de la rutina, el estrés, la tristeza, la decepción y los malos rollos;
14. Ver orangutanes libres y las tortugas en la playa. Y si los pudiera tocar y si  me pudiera comunicar con ellos. Me da algo.
15. Estar en una playa balinesa con el único sonido de las olas de fondo.
16. Ir hecha un asco todo el día y que me de igual.
17. Llevar la sonrisa pintada todo el día.
18. No machacarme el tobillo;
19. Que el tiempo me importe tan poco que no exista el reloj. Recuperar mis biorritmos;
20. Salir de fiesta con surferos australianos (diga-li tonta ;-) );
21. Mantener mi peso y ponerme algo más fuerte a golpe de trekking y arroz

2012/05/19

Una de “tirantes”

Cosas de esas que pasan en la vida, el destino me ha llevado a trabajar, aunque sea temporalmente, rodeada de abogados de prestigio, de ésos que están más arriba de la planta treinta en un edificio “molón” con vistas a una gran avenida, que en vez de un calendario de Pirelli tienen uno de saltos de hípica, que llevan los tirantes y los gemelos a juego con el pañuelo de la americana.
Puede parecer una exageración pero no lo es.
El primer día que subí a mi  nuevo despacho temporal de vistas impresionantes me encontré a su anterior ocupante, un chico, probablemente más joven que yo, con gemelos rosa “nube”, tirantes a juego y, atención! una americana colgada en un perchero con un pañuelito del mismo color.
No me había recuperado del shock cuando, al día siguiente me di cuenta que la mayoría de los “habitantes” de aquellas alturas lucían tirantes y gemelos a juego, que el color más atrevido que se veía en toda la planta era el gris y que el porcentaje de mujeres en aquel piso, incluyendo secretarias y, atención, camareras! no debía ser ni del 10 por ciento.
Contuve mi indumentaria hasta el jueves pero el viernes no iba a claudicar.
Aparecí en mi nueva oficina enfundada en unos tejanos pitillo, subida en mis zapatos de tacón suspendido de United Nude y una camiseta de cuello barco amplia y cinturón metálico.
Sí, vale, iba buscando follón, jejej, lo bueno de ser el cliente es que nadie me podía decir nada y me di un lujo.
Me crucé con un “tirantes-man” que me ha miró espantado, como si hubiera visto al fantasma de las progres modernillas pasadas. Resopló y se apartó a un lado. Por el rabillo del ojo ví como se giraba y me miraba.
Divertidísimo. Eso es poder y lo demás son tonterías.
Al llegar a mi sitio me senté en mi super silla "espacial" y con la mirada perdida en las maravillosas vistas de Madrid pensé 1 a 0 a favor de los progres.
Un poco de revelación, de victoria frente a los hombres de gomina, tirantes y poder sobre el mundo sienta taaaaan bien.

2012/03/28

Diario de una striper

(No lo intenten en sus casas. Basado en un hecho real, o no...)

Decidí darle una sorpresa a mi novio por su cumpleaños.  Tras barajar varias posibilidades, entre un curso de conducción en un circuito, unas entradas para el próximo partido del Barça, una cena romántica, finalmente ganó la idea de regalarle un striptease. Que nadie piense que pretendía contratar a alguien para hacer un numerito vestida de conejita, no, no, me refiero a que pensé en hacer un striptease casero. Me veía perfectamente capaz de sacarme la ropa con un poco de gracia al son de una canción sugerente y poner a mi chico a cien, sorprendiéndolo con movimientos sinuosos de caderas y miradas de deseo. Tenía dos semanas para prepararme.

Lo primero era buscar un conjunto de ropa interior sexy. Por un día dejaría el pijama de felpa de conejitos y me enfundaría en un corsé de encaje.
Me fui directa a la planta de lencería de El Corte Inglés.  Me sorprendió el precio de algunos de ellos, muy superiores a lo que me costarían cinco pijamas de felpa.
Tras seleccionar varios modelos, me fui al probador.
Una dependienta me vio cargada con mis conjuntos de ropa interior sexy y se ofreció a ayudarme. Me echó un vistazo rápido y me sugirió algún modelo más.
Empecé probándome uno que me apretaba tanto el pecho que parecía que iba a explotar.  Otro dejaba ver una lorza generosa entre el corsé y la el tanga. Finalmente me quedé uno de los que me había recomendado la amable dependienta: un corsé-faja-body-liguero que contenía todas mis carnes en su sitio.
Después me fui a por las medias de rejilla, una boa negra y un bombín que compré en una casa de disfraces.
Sólo con llevar mis compras me sentía más sensual y provocadora que nunca.

Tras de las compras, debía preparar un poco una coreografía sencilla pero seductora.
Busqué en youtube algunos videos de stripers, clases de stripdance y los striptease de algunas películas famosas.
De todo ello saqué algunos pasos y buenas ideas.

Lo siguiente fue encontrar la canción adecuada. Sería la versión de Fever de Peggy Lee.
Aproveché algunas tardes y el sábado que mi novio va a jugar a fútbol para poner en práctica los pasos aprendidos. Nunca se me dieron bien las coreografías así que solamente quería tener preparados algunos movimientos para no quedarme en blanco y el resto dejarlo a la improvisación. Estaba segura que aquel corpiño iba a sacar a la striper que llevaba dentro.
Así, que me dediqué a pasearme alrededor de una silla, sentarme seductora, pasar una pierna por encima del respaldo (esto con algo de dificultad, tendría que calentar un poco los músculos antes del show).

Llegó el día. Estaba nerviosa. Mi novio estaba viendo el resumen de la jornada de liga en el salón. Me depilé todo lo que se me ocurrió, me duché, peiné, maquillé y me enfundé en mi corpiño, tanga, medias de rejilla y taconazos. Me puse el bombín y la boa negra de plumas.
Hasta entonces no me había probado todo el modelito completo. La verdad es que daba el pego.

Apagué las luces y la tele y planté una silla en medio del salón, encendí una luz indirecta y puse el CD con la canción.
Mi novio había empezado a protestar cuando apagué el televisor pero se quedó mudo al verme. Me crecí.

Never knew how much I love you, never knew how much I care

Empecé a mover la boa como si fuera un bolso y a abanicarme con el sombrero. Me senté en la silla y abrí mucho las piernas de golpe.

Fever!

Con los nervios se me olvidó calentar y noté un agudo tirón en el muslo. Lo disimulé como pude y seguí.

You give me fever, when you kiss me, fever when you hold me tight

Las medias de rejilla se me clavaban en la planta del pie.
Le lancé la boa a mi novio y cuando la fue a agarrar pegué un tirón, quizás algo enérgico. La boa fue a parar al jarrón que nos había regalado su madre. Por suerte no cayó al suelo.

When he put his arms around her, he said "Julie baby you're my flame"

Volví a sentarme a horcajadas en la silla, aún notaba un poco el tirón. Pasé la pierna por encima del respaldo. De nuevo la falta de calentamiento causó mella en mis músculos. Esta vez el tirón fue fuerte. Conseguí pasar la pierna al otro lado y levantarme apoyándome en el respaldo con toda la sensualidad que me permitió el dolor.

Fever - I'm his Missus, Oh daddy won't you treat him right.

Puse de nuevo la silla de frente a mi novio y me dejé deslizar desde el asiento hasta el suelo arqueando la espalda. La mala suerte quiso que las medias se engancharan en el asiento de mimbre. Aún así, conseguí llegar al suelo.

Chicks were born to give you fever

Me incorporé y empecé a desabrochar los corchetes del corsé-faja-body-liguero mientras daba pequeños pasitos y balanceaba las caderas.
No había manera de soltarlos. Se me pasó por alto el hecho de que al ser tan ”reforzado” suponía que todo estaba bien apretadito en su interior y que de allí no iba a salir ni la striper que llevaba dentro ni ná de ná.

Aha, what a lovely way to burn.

La canción se acababa y no podía de abrocharme el corsé. Suerte que no lo tenía todo coreografiado. La improvisación iba a salvarme.
Dejé estar el corsé y al acabar la canción lancé el sobrero. Fue a parar sobre el jarrón y, esta vez si, cayó y se rompió estrepitosamente.

Fue entonces cuando vi la cara de estupefacción, ira y espanto de mi novio. Hasta entonces no le había prestado atención. Estaba demasiado pendiente de mi coreografia improvisada.
Me sentí tan perdida que no sabía que hacer. Fui hacia él, le besé en la mejilla, dejándole una marca de pintalabios rouge y le dije un  “felicidades” que pretendió ser picarón. Cuando me aparté de él seguía con los ojos como platos y la mirada perdida.

Huí a la habitación, me quité el condenado corsé, los zapatos, las medias rotas y me puse mi pijama de conejitos y las zapatillas peludas.
Al volver al salón seguía allí, sin mover un músculo, esta vez con la vista clavada en la boa, el sombrero y el jarrón roto.
Me senté a su lado y encendí el televisor. Estaban acabando los deportes con los comentarios sobre el mundial de natación.
Seguimos allí, sentados, uno junto al otro sin decirnos nada un buen rato.

Finalmente, cuando empezó el espacio dedicado al tiempo, mi novio se decidió a hablarme aunque sus ojos siguieran clavados en algún lugar entre el infinito y el televisor.

-Cariño, otro año, regálame una corbata, un jersey o una pelota de fútbol.

 (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia)

2012/03/05

Bye, bye, baby

Aferrarse al pasado no es una buena idea, ni siquiera aferrarse a un pasado cercano. Cuando una actividad pasa a estar en ese tiempo verbal, simplemente, se acabó. Cuando se estuvo en un lugar pero se dejó atrás, es que ya no se está allí. Cuando alguien solamente reside en acciones pasadas en nuestra vida, sin lugar en el presente, simplemente, se ha de dejar ir.¿Qué se consigue aferrándose a lo que ya no es? Ni se vive el presente porque no se está, ni el pasado, porque no es. Es así de sencillo, así de simple. Mirar para delante sin darse la vuelta.
bye, bye, baby

2012/02/26

El euroentusiásmo y los príncipes blaugranas también acaban destiñendo

Cómo cambian las cosas en quince años...En aquella época la Ciudad Condal se preparaba para celebrar la boda de la Infanta Cristina con el príncipe blaugrana y vasco, Iñaki Urdangarín. Recuerdo que había opiniones para todo, como siempre, pero hacía gracia eso de que la Infanta nena de La Caixa se casara con un jugador del Barça. Quien más quien menos los había visto aquí o allá, la ciudad se vestía de fiesta y se prepararon unos fuegos artificiales para la noche anterior que se siguieron en directo o por televisión por la mayoría. Eran tiempos felices en que la economía no pintaba mal y nos acercábamos al euro con alegría. Los años en que Arancha reinaba en el tenis mundial.
Una coincidencia: había un nuevo presidente del Gobierno del PP, Aznar.

Recuerdo haber bajado a la calle con  mi hermana y mi cuñada a ver pasar la carroza con los novios –entonces, aunque vivía en otro lugar, también pasaban por allí todos los saraos, como en mi residencia actual- y que el restaurante de debajo de casa nos invitó a una copa de cava (habían sacado una mesa con copas y botellas para el acontecimiento).

Pero han pasado los años y el mundo no es rosa, ni el príncipe, azulgrana.

El mundo es gris plomizo como la originalidad del modisto de Merkel, el euro se resquebraja, España ha caído de un guindo y se entera que cuando entró en la UE no le tocaba (eso, ya en el 1997 me lo decían a mí en la facultad, debían solo decírmelo a mí y por eso nadie se enteró antes). Ahora no se iba a celebrar un acontecimiento monárquico en Barcelona, ni de conya, y menos aún se casaría nadie de la Familia Real con alguien del Barça, Arancha ha demandado a sus padres por chorisos, las princesas son madres de familias numerosas  y el príncipe blaugrana apunta maneras en las artes que parecen dominar los padres de la tenista.
Eso si, volvemos a tener nuevo presidente del PP, Rajoy.

Veía las imágenes de Urdanmanguín al entrar en los juzgados. Qué mal le sentaron los años, la codicia o el sentirse pillado.

Ya no es aquel chicarrón del norte robusto, bonita sonrisa y tupé al viento. Se le ve demacrado, mucho más delgado y de mirada sombría. No queda más rastro del tupé que un mechón blanco que le da cierto aire de gángster, de botines Colombo, o de gremlin malo. Se decía de él en aquellos años que dejó a su novia por la Infanta por amor. Viendo cómo ha salido, tengo mis dudas que no viera cierto incentivo o plus en los contactos y favores que iba a recibir por ser duque de Palma. Dicen que un deportista de élite ha de ser algo ambicioso, ¿pero tanto? Se creyó muy listo, eso sí, la autoestima la tenía bien alta, como buen campeón.
No me voy a ir a verlo salir del juzgado, eso sí -tampoco me pilla cerca Palma-. Ya veremos quién acaba brindado a la salida, porque eso, tampoco lo tengo claro, que pueden pasar muchos años, siglos incluso, pero los Reyes, siempre son los Reyes.