2007/06/13

La calle del gato

Cuando quiero pensar, templar los nervios o simplemente airearme, camino. En una de ocasiones, al salir del trabajo, fui hacia el centro, algo ausente y dando algún que otro vistazo a alguna tienda. La ruta suele ser siempre bastante parecida: del mar a Santa Maria, de allí a la plaza Sant Jaume y, callejeando, hasta plaza Cataluña. El otro día ese vagar por callejas me llevó a pasar por una de mis calles preferidas, la calle del gato. Este no es el nombre de la calle en sí, de hecho, el nombre oficial es “Banys Nous”, pero para mí es la calle del gato.
Y por qué? Por qué no la calle del perro o del periquito?
Pues porque en aquella calle hay un gato al que le tengo especial cariño.
Allí, entre tiendas de anticuarios, de diseño y una churrería, hay una librería de antiguo en la que se pueden encontrar mil curiosidades de todas las épocas: desde mapas a tebeos, pasando por primeras ediciones y lo más curioso de todo, un gato.
El felino es un gato gordo, blanco a manchas atigradas que duerme encima de los libros o en el escaparate apoyado sobre el pie de una lámpara art decó. No es un gato especialmente simpático. De hecho pasa de todo y mira con cara de “no molesten” a todo aquel que le dice algo. Pero me cae bien, con ese aire pasota y holgazán de gato culto. Así que siempre que paso por esa librería miro si está, me paro un minuto y sonrío al ver su pose grosera.
Lo descubrí hará ya unos ocho o nueve años, cuando trabajaba en el hotel y subía andando hasta Paseo de Gracia para ir a comer a casa antes de correr hacia a la facultad. Una mañana, de esas, probablemente soleada, pasé por aquella calle y algo se movió en el escaparate de la librería. Era el gato, que, ya por entonces, era gordo y distante. Piqué en el cristal con la esperanza que mirara. Me ignoró. Volví a picar. Abrió un ojo, me dedicó una de sus miradas de “no molesten” y escondió las patas bajo su pechera blanca.
Y desde entonces, cada vez que paso por la librería, miro si lo veo y sonrío cuando descubro sus bigotes entre los libros.
Si bien ahora no paso ni mucho menos tanto por allí como entonces, en las últimas ocasiones no lo había visto. Pensé incluso que había muerto. Pero el otro día allí estaba, sobre un cajón lleno de libros allí a fuera, en la calle. Me paré y le rasqué tras una oreja. Abrió un ojo y me miró con esa mirada suya. Mensaje captado. Sonreí y seguí mi camino. Recordé algunos de esos otros paseos, en otros tiempos, en los que me había parado también, en momentos más alegres unos que otros, sola o acompañada. Me pregunto qué tendrá ese gato algo rancio que siempre consigue que sonría.

6 comentarios:

hack de man dijo...

Yo también explicaré esas cosas a mis nietos cuándo sea abuelo? Al calor de una chimenea sentado en un sillón orejero y los niños a mis pies en la alfombra, despeinándoles la coronilla paternalmente cuando hagan comentarios a lo que cuento o pregunten?

Es lo que me ha "evocado" leer el post.

PD: que està molt bé!!!

la gata dijo...

Pero como eres...ala haz leña de la gata caida...

blondie dijo...

Me encantan esos gatos que los tenderos comparten con su clientela. Muy cerca de la Sagrada Familia, en la calle Mallorca, encontramos una espardanyeria que cuenta con uno de esos encantos; quizás te suene, ;-)

la gata dijo...

Siiiii!!!! esta muy cerca de casa. Tb es muy mono y más simpático.

marga dijo...

Quiero ver a ese gato... ¿me llevarás un día?

la gata dijo...

Por supuesto! Cuando quieras, me encantará enseñarte sitios curiosos de la ciudad.
Hasta pronto!