2006/02/20

Lo que no nos destruye nos hace fuertes

La siguiente historia es mi contribución a una cadena en contra de la violencia de género, física y/o psicológica. Si alguien se siente identificado/a, que busque ayuda.

Me llamo Paula, tengo treinta y dos años, soy química y trabajo en un importante laboratorio y valgo mucho, aun que no hace tanto pensaba que no valía nada.
Se preguntarán cómo llegué a creerme que no valía nada. Muy sencillo, salí y conviví con alguien que me lo hizo sentir, que poco a poco consiguió que me lo creyera. Mi historia no es distinta a otras tantas de mujeres maltratadas, física o psicológicamente: chica joven e insegura conoce a chico aparentemente fuerte y seguro de si mismo. Chica está encantada con las ganas que tiene de estar con ella, tanto que no la quiere compartir con nadie, tanto que no quiere que vea a sus amigos. Chica estudia y no sabe nada de la vida y se deja deslumbrar por el hombre que le explica la vida, que siempre tiene razón y que siempre le recuerda que ella no sabe nada. Chica acaba la carrera y se van a vivir juntos. Ella tiene un trabajo rutinario, mal pagado, que le deja mucho tiempo libre. Se apunta al gimnasio y a un curso de dibujo y conoce a gente. Chico se enfada por no poder estar con ella tanto tiempo. Tras oír mil quejas, chica deja el curso y no va al gimnasio. Vuelve la paz y el romanticismo a la relación. Vuelven las cenas románticas, los paseos, los arrullos, la sensación de ser tan afortunada por tener a alguien a su lado como él, y las esperas frente a la tele a que él vuelva de su partido de tenis semanal. Entonces ella encuentra otro trabajo, uno interesante, bien pagado, con proyección y responsabilidad. Y deja de estar allí cuando llega del tenis, se va al gimnasio para desestresarse y vuelve a salir, muy de vez en cuando con las amigas. Y él empieza a decirle que trabaja demasiado por algo que no vale la pena, que ir al gimnasio es una pérdida de tiempo porque seguirá estresada y con algún kilo de más y que sus amigas no le gustan. Y ella se vuelve a dejar absorber, vuelve pronto a casa, deja el gimnasio y sólo llama de vez en cuando a sus amigas. Aún así, los ataques son cada vez más frecuentes, sutiles a veces, otras, evidentes. Un “te veo hinchada” de vez en cuando, un “no me expliques tonterías que son problemas para ti porque eres incapaz de afrontarlos” o un “tu calla que no sabes de qué va esto” alguna vez, y una discusión fuerte, seguida de una amenaza subliminal como “eres la única persona capaz de sacarme de mis casillas de esta manera, no sé qué sería capaz de hacer”, cada vez más frecuente y violenta. Eso sí, siempre combinado con un te quiero o un beso de vez en cuando. Ella aprende a esquivar las discusiones. Pero, un día, ella deja de ser chica y pasa a ser una mujer y abre los ojos. Primero vuelve a dedicarse a su trabajo, después recupera a sus amigos y finalmente vuelve a ir al gimnasio, esté él jugando al tenis o no. Y entonces, se acaban los arrullos y sólo hay gritos. A veces, incluso, le tiene miedo. Pero vuelve a sentirse fuerte, inteligente y viva y no quiere seguir cediendo. Le sigue queriendo, pero no admirando y desde luego, se niega a seguirse sometiendo. Llega el día en que todo se acaba. Una última discusión. “Tú no me necesitas lo suficiente”, le dice él. Y a ella le duele porque sigue siendo dependiente. Pero, poco a poco, pasa el tiempo y se descubre a si misma y se da cuenta que vale mucho, muchísimo.
Y yo, Paula, sigo trabajando muchas horas pero tengo tiempo para mí, para mi nueva pareja que se lleva muy bien con mis amigos y que está encantado de que gane más que él, para mis aficiones, para mis seres queridos y espero, en pocos meses tener tiempo para un nuevo miembro de la familia.
Lo que no nos destruye nos hace fuertes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Here are some links that I believe will be interested

Anónimo dijo...

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