2006/02/06

Reflejos

Esta mañana me he despertado con pocas ganas de ir a trabajar. Y no es por causa del estrés ni por la lluvia y el viento que azotaban las calles esta mañana. Desde que sé que hay alguien que me vigila, acercarme al edificio e, incluso, a la calle en la que sitúa la oficina me produce una angustia que cada día se me hace más difícil de controlar. Aunque hace días que no miro por la ventana cuando me acerco a la impresora y que al salir por la puerta no levanto los ojos del suelo, sé que sigue ahí. Y esta mañana, mientras esperaba a que salieran mis copias, pese, sentía que alguien me miraba desde el otro lado de la calle. Pero esta mañana, la sensación era más fuerte. Parecía como si mi cuerpo percibiera unas vibraciones, como si notara que debía estar alerta, allí de pie, contando las hojas que faltaban para que se acabara de imprimir el documento. La lluvia había dejado paso a un día radiante y el sol que entraba por los cristales me acariciaba la nuca. Se ha acabado el papel y me he agachado para coger el paquete de folios y he llenado la bandeja alimentadora. Iba a apretar el botón de “Restablecer” y justo encima de éste, me he encontrado con un reflejo parpadeante que me deslumbraba. He pulsado el botón y me he girado para ver qué es lo que brillaba con tanta fuerza desde la calle. Tras mirar con dificultad hacia fuera, con la mano a modo de visera sobre los ojos, he podido localizar el origen del reflejo. Primero he creído que el exceso de luz estaba afectando mi percepción, pero poco a poco, mientras mis pupilas se recuperaban del exceso de intensidad, he podido distinguir un pequeño espejo de mano tras el cristal de uno de los balcones del otro lado de la calle. Lo sostenía en su mano el hombre del batín, tan sonriente como en días pasados. Me he quedado allí de pie, con la mano a modo de visera hasta que he oído a un compañero que me preguntaba si me encontraba bien.
El día se me ha hecho eterno y he estado más ausente que de costumbre, hasta tal punto que mi jefe se ha creído que pasaba alguna cosa o que estaba saturada de trabajo.”Si no te encuentras bien, vete a casa antes, de acuerdo?”
Y así lo he hecho. A las cuatro de la tarde salía por la puerta del edificio para irme a casa. He cruzado la calle y, al pasar por el portal del edificio al que pertenece el balcón del hombre del batín, he visto salir de la portería a una mujer, vestida con una bata de trabajo azul y un suéter azul marino carreteando unos cubos llenos de agua sucia. Ha tirado el contenido de los mismos sobre la rejilla del alcantarillado y ya se disponía a entrar de nuevo en el portal cuando la he parado. “Perdone, le puedo hacer una pregunta?” La mujer me ha mirado algo extrañada bajo un ceño arrugado y fruncido y un pelo corto y permanatado de un tono rojizo sorprendentemente artificial. Ha asentido con la cabeza.
“¿Vive en esta finca, en el tercer o cuarto piso un hombre de unos cincuenta y tantos años, calvo, que está mucho tiempo en casa? Es que, verá, trabajo en la oficina bancaria de la esquina y el otro día se dejó un libro en la ventanilla y, como me comentó que vivía en la misma manzana que nuestra sucursal pues he pensado que igual es un vecino de la finca y...”
La mujer me miraba de arriba a abajo y se ha detenido en el libro que llevaba en la mano, un ejemplar de “Asesinato en el Orient Express” de edición de bolsillo.
“Mire, no sé quien debe haberse dejado el libro pero aquí no vive nadie como usted dice. Hay varios pisos vacíos, una clínica dental, dos parejas jóvenes, una anciana y su hija, y sólo hay un hombre de esa edad pero dudo mucho que ese libro sea suyo”.
Antes de poder preguntarle el por qué, la mujer ha aclarado mis dudas. “El señor Guiu, del tercero segunda, es ciego”.
Mientras la mujer entraba en la portería, yo murmuraba un tímido gracias. Se me calló el libro al suelo. Lo he recogido y he empezado a correr, sin dirección alguna, sólo lejos de allí.

1 comentario:

hack de man dijo...

Qué coñón el ciego, no? ;-)